Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

viernes, 16 de marzo de 2012

LA MANILLA DE ESCLAVOS




 Esa cosa tan fea que aparece en la foto es una niñita  de diez u once añitos. Consideradlo los que tengáis hijas. Que os cambien a vuestra preciosa niña por esa fea pieza de metal cuyo nombre real era manilla de esclavo y que era la moneda con la que los capitanes de los barcos negreros compraban a las tribus de cazadores de hombres  los esclavos. Contrariamente a lo que se cree, los esclavos no eran capturados por los blancos. De su captura se ocupaban otras tribus , los cazadores de  hombres, que vivían en la zonas costeras de África y que a su vez se los revendían a los blancos.
Españoles y portugueses (reyes del tráfico de esclavos  para nuestra vergüenza) se dieron cuenta de que esas tribus daban gran importancia a los adornos de metal. Arrancaban los clavos de bronce de los cascos de los buques naufragados en sus costas, les aplastaban  las puntas y se hacían todo tipo de pulseras, pendientes y adornos. Por ello los europeos pronto las comenzaron a fabricar de forma industrial en sus ferrerías y fundiciones. Como os decía con una de esas manillas se podía comprar a una niña de unos diez años. Con tres a un niño en la primera pubertad, con cinco a una mujer, con ocho a un varón joven y con una cantidad que oscilaba entre las ocho y quince manillas a un hombre adulto en edad de trabajar. Luego los esclavos eran vendidos en las Antillas y en el Sur de los Estados Unidos a precios elevadísimos. Tener esclavos era un privilegio de las clases más pudientes, no todo el mundo se lo podía permitir.
¿Os dais cuenta? Por eso el tráfico de esclavos era un negocio tan lucrativo y por eso fue tan difícil de erradicar. Los costes de explotación del buque negrero eran ínfimos; los tripulantes no cobraban salario alguno. Al igual que en los balleneros o en los buques de caza de focas se llevaban una parte de los beneficios. Cuantos más negros y más caros se vendieran su beneficio era mayor. A los negros se les alimentaba con una comida deshidratada a base de grasa y féculas que era conocida como gachas de esclavo y que valía menos que el pienso que le doy a mi gata. Únicamente era necesario tener un barco, bien que en el tráfico de esclavos se amortizaba de forma muy rápida, y hacer una ínfima inversión inicial comprando quincalla.
Muchas de las grandes fortunas de España, Portugal, Inglaterra, Francia y Holanda (las cinco potencias negreras) proceden del tráfico de esclavos. Os sorprendería conocer cuántos miembros de la alta sociedad española comenzaron su fortuna armando buques negreros.
El otro día estuve repasando la película Amistad de Steven Spielberg, de ahí que me haya dado por escribir este pequeño relato. Supongo que todos habréis oído hablar alguna vez de la historia de la goleta de velacho mercante Amistad, un buque negrero español en el cual en 1839 tuvo lugar una rebelión de esclavos procedentes del negrero oceánico portugués Técora y que habían sido capturados en Sierra Leona. Los negros fueron encarcelados en Estados Unidos mientras se desarrolló un proceso judicial que duró dos años y que culminó con la devolución de los africanos a su tierra según sentencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
Desde el punto de vista técnico náutico, el viaje del negrero es tratado con toda rigurosidad en la película. El proceso de documentación es muy bueno. Se narra con espeluznante realismo todos los pormenores y avatares del tráfico de esclavos; la captura de los negros, su encarcelamiento en las bases negreras de la costa, el embarque en los negreros oceánicos y su posterior transbordo a los costeros, el cómo los negros eran arrojados vivos al mar si se había calculado mal la cantidad de comida para el viaje, la duplicidad de manifiestos de carga para engañar a las autoridades, etc. En lo que falla la película, como casi siempre en estas películas anglosajonas, es en el hecho de querer dar al espectador una lección  de la  supremacía moral de los yanquis o de los ingleses sobre nosotros, los españolitos. Y os juro que es algo con lo que no puedo, me toca los cojones hasta el infinito. Y me explico.
Aparte de la problemática de la abolición y de la rivalidad norte-sur en la Norteamérica ochocentista, en la película se hace mucho hincapié en el hecho de que en Inglaterra la esclavitud y el tráfico negrero (que no son la misma cosa) se habían abolido ya en aquel año de 1839 que es en el que se desarrollan los acontecimientos. De hecho uno de los protagonistas de la película es el comandante de una fragata de la Royal Navy dedicada a la represión del tráfico negrero. Efectivamente la Abolition Act que acabó con la esclavitud en Inglaterra y sus colonias fue promulgada en 1832 si bien no estuvo completamente operativa hasta seis o siete años después. Sin embargo lo que no prohibía la Abolition Act era el enriquecimiento indirecto (o incluso si se quiere directo) de los empresarios ingleses merced al tráfico de esclavos practicado por España y Portugal. Los ingleses siguieron fabricando manillas de esclavos, armas, instrumental diverso y construyendo barcos negreros durante muchos años. El sucio dinero procedente del tráfico de esclavos seguía llenando las arcas de esa Gran Bretaña tan progresista que había prohibido el tráfico de esclavos pero que no impedía que sus hijos se enriquecieran con el mismo. ¿Un ejemplo? La manilla que os he mostrado en la foto fue fabricada en Inglaterra en 1844, doce años después de la promulgación de la Abolition Act si las mates que me enseñó don Alejandro en el colegio no me fallan.
Os cuento su procedencia. Es el final idóneo para una historia tan triste. En enero de 1844 el mercante ingles Douro, en viaje de Inglaterra a puertos portugueses y españoles para descargar un cargamento de manillas de esclavo y otras piezas metálicas destinadas a este tráfico se vio sorprendido por un durísimo temporal del norte en la zona de Cornualles, El viento huracanado destrozó el aparejo de vela  del pequeño buque y lo lanzó sobre el arrecife de Crabawethan Roundo Rock en las islas Scilly (lo de Sorlingas siempre me ha parecido una cursilada). Aquella noche el Atlántico Norte (ese viejo hijo puta) estuvo muy bíblico. El Douro de inmediato resultó destrozado por la colisión y se hundió en menos de un minuto. No hubo supervivientes. La carga de manillas quedó diseminada sobre el fondo marino. Cuentan que durante algún tiempo se veía refulgir en la superficie del mar el brillo de las manillas de bronce que iban corroyéndose en el fondo…………………………………………………………………………………………….

El NAUFRAGIO ESPAÑOL QUE CAMBIO LA HISTORIA DE LO ESTADOS UNIDOS.




Hace unos días saltó a la prensa la estupenda noticia de que el Tribunal de Apelación de los Estados Unidos había fallado a  favor de España por el caso del expolio de los restos de la fragata de guerra española Nuestra Señora de las Mercedes, hundida por los ingleses en la costa de Portugal en 1804. El grupo Odyssey había sacado del pecio su enorme tesoro compuesto por 500.000 monedas de oro y plata entre otras cosas. Estas sentencias favorables se vienen produciendo desde que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos falló a favor de España en el caso de la Juno y la Galga hace no muchos años. Ambos eran buques de la Armada Española que se hundieron en las costas de Estados Unidos. El fundamento de todas estas sentencias reside en el hecho de que estas embarcaciones eran buques propiedad de un estado soberano, no de particulares, y en que la propiedad de los estados nunca se pierde. De esta forma las naciones en las que se producen estas sentencias protegen de paso su propio patrimonio sumergido. La teoría de la soberanía en su estado más puro. Existen otras razones muy interesantes y curiosas también que para no ser excesivamente prolijo otro día  detallaré.
La última vez que un tesoro español acabó en manos de particulares fue en 1993 cuando un pescador descubrió de forma fortuita los restos del bergantín de guerra español “Cazador” hundido en el lodo a una profundidad de unos 90 metros  y a 50 millas de la costa de Louisiana. Es una historia increíble y los historiadores yanquis conocen este naufragio como “The wreck that changed the World”, El naufragio que cambió el mundo.
El 11 de enero de 1784 el bergantín de la Armada Española “Cazador” zarpó del puerto de Vera Cruz en Méjico rumbo a Nueva Orleans. En su bodega transportaba 450.000 monedas de plata de las conocidas como piezas de a ocho (de ocho reales). El buque español desapareció sin rastro. Nunca más se supo nada ni del Cazador ni de su tesoro.
Carlos III había ordenado enviar al Cazador a la entonces colonia española de Luisiana para intentar estabilizar su economía, entonces en franca bancarrota, al haber intentado que en la misma funcionara sin éxito el papel moneda. El tesoro del Cazador hubiera estabilizado el sistema monetario español en las posesiones españolas en  Norteamérica. Aparte de la crisis del papel moneda, la economía colonial española estaba en las últimas por casi tres siglos de descubrimientos, guerras, conquistas y una pésima administración por parte de reyes y virreyes corruptos, ineptos e imbéciles. Carlos III estaba convencido de que el tesoro del Cazador hubiera llevado la estabilidad a sus colonias. Pero no pudo ser. La desaparición del Cazador contribuyó sin duda al total debilitamiento económico de la colonia y en 1800, Carlos IV cedió la Luisiana a Francia. Tres años después la colonia fue vendida por Napoleon al presidente Jefferson por una cantidad próxima a los quince millones de dólares. Anecdóticamente diremos que con la compra de Louisiana el tamaño de los Estados Unidos se duplicó. A los historiadores yanquis les encanta especular con lo que hubiera sucedido si el Cazador hubiera llegado a puerto. A mí personalmente me parece una gilipollez… pero bueno.
El dos de agosto de 1993, un pescador de gambas de Nueva Orleans llamado Jerry Murphy, al  mando de un pesquero nombrado “Mistake” (error, que tiene narices la cosa) al cobrar el arte de pesca que arrastraba por el fondo pudo comprobar que aparte de gambas, enganchadas en la red venían unas extrañas piedras. Eran ni más ni menos que puñados de monedas de plata unidas por concreciones marinas. Doscientos años después de su desaparición, los restos del Cazador habían sido descubiertos. Murphy, pescador de gambas del Mississipi (como Forrest Gump pero más tonto), nunca más volvió a pescar gambas. La propiedad de las monedas fue otorgada por el Juez Adrian DuPLantier a Murphy y sus socios en el Juzgado del Distrito Este de Louisiana. Aparte de las monedas del pecio del Cazador fueron recuperadas muchas y muy valiosas piezas tales como armas, restos de uniformes, instrumentos de navegación etc. Afortunadamente ha sido la última vez que un hecho así se ha producido.
Yo tuve la gran suerte de ver personalmente parte de este tesoro en Key West, en el despacho del abogado Paul Horan que defendió y ganó el tema. Horan nos representaba en  los temas relacionados con las investigaciones que llevábamos a cabo de los restos del Valbanera y hablando sobre naufragios españoles sacó de debajo de la mesa de su despacho un cofre lleno de monedas de plata del cargamento del Cazador.
En mi colección de naufragios tengo dos de estas piezas de a ocho. Son una preciosidad. Tienen una leyenda que reza:

CAROLUS III. HISPAN. ET. IND. REX. DEI. GRATIA. 1.783.

El loco del Valbanera.







Al viajero francés le pareció el muelle de correos de La Habana un espectáculo tan fascinante que decidió permanecer allí durante un rato para contemplar aquel extraño trajín. Las bodegas del correo de la Compañía Trasatlántica Española - negro, altanero, con los colores de la neutralidad española pintados en sus amuras y aletas- parecían vomitar un interminable cargamento de sacas de correo, equipajes, cajas de vino y otras mercaderías en torno a las cuales se arremolinaban los estibadores y una ruidosa fauna humana compuesta por jóvenes pilotos uniformados de azul, emigrantes agrupando a sus familias, curas y monjitas, cómicos y putas, estudiantes, aduaneros, funcionarios, sanitarios y militares. Para cualquier persona no familiarizada con el mundo portuario, ver desde fuera aquella aparentemente caótica algarabía resultaba, cuando menos, curioso.
Entre el griterío apareció un sujeto singular que captó de inmediato la atención del francés. Alto, delgado, desgarbado, con una barba entrecana que casi le llegaba al pecho. El escaso cabello que le cubría el cráneo hacía mucho tiempo que no había visto un peine ni había tenido contacto con el agua y el jabón. Vestía una vieja americana cuyas mangas cubrían casi por completo sus manos mugrientas, pantalones raidos que le llegaban hasta las pantorrillas y unas viejas alpargatas de las que habitualmente calzaban los peones en las plantaciones de caña. El viejo empujaba un carrito de bebé en el cual se amontonaban cartones, periódicos y un par de gatos sarnosos tan flacos y esperpénticos como su amo. Sin embargo, de aquella patética figura emana un extraño aire de dignidad. O tal vez sea mejor decir de felicidad. Llevaba alta la cabeza y una media sonrisa enigmática que no casaba con aquellos ojos de mirada perdida en los cuales, si alguien tenía el suficiente valor para fijarse, se podía vislumbrar la demencia.
El viejo vagabundo, ignorando al gentío que rodeaba al trasatlántico español, prosiguió su camino en dirección al muelle paralelo que en aquellos momentos se encontraba vacío. Reparó en el viajero francés que le miraba con cierta curiosidad y se detuvo a su altura. Miró con cautela a uno y a otro lado con un sorprendentemente rápido movimiento de su cuello y casi susurrando, como si le contara un secreto, dijo:
- ¿Sabe?. Este no es el mío. Mi mujer y mis niñas vienen en el vapor de la Pinillos. En el Valbanera que atracará ahí.
El viejo seguía sonriendo mientras señalaba con un dedo mugriento al vecino muelle vacío. Después se acercó hasta el cantil del muelle y quedó allí parado, sonriendo con su mirada vacía. El francés, un tanto escamado se volvió hacia un aduanero cubano que había sido testigo del comentario mientras leía despreocupadamente el Diario de la Marina con su gorra de plato echada hacia la nuca y apoyado en una pila de fardos de tabaco
- ¿El Valbanera?. ¿Viene hoy otro correo? -preguntó al aduanero que soltó una carcajada socarrona.
- No señor, no. El Valbanera era en efecto un trasatlántico español de los que venían aquí a La Habana. Pero se hundió hace.....uhmm...... veintiún años. Con todos sus pasajeros y tripulantes. Venía desde Santiago pero nunca llegó a entrar en el puerto. Se lo tragó un ciclón de los peores que hemos tenido por aquí. Dicen que ese desgraciado - dijo mientras señalaba con la cabeza al viejo- desembarcó en Santiago y viajó hasta aquí en tren para preparar una casa para su familia que quedó a bordo del Valbanera. Se ahogaron ¿sabe usted?. Desde el año 1919 el pobre viejo viene todos los días al muelle para recibir a su familia que cree viene en el Valbanera. En fín................
El aduanero suspiró y se volvió a concentrar en su ejemplar del Diario de la Marina. El francés fascinado por el pequeño relato se acercó al viejo que seguía inmóvil en el cantil del muelle con sus ojos perdidos en el canal de entrada al puerto. El viajero intentó hablar con él. Pero el viejo ya no le oía. En sus oidos únicamente resonaban las pitadas del Valbanera que anunciaba su entrada al puerto. Y de sus ojos había desaparecido la sombra de la demencia. Humedecidos por la emoción ahora resplandecían al contemplar la airosa figura del trasatlántico empenachada de humo negro. Ya estaba ahí el Valbanera. Y su mujer. Y sus pequeñas.
El Loco Valbanera o Loco del Valbanera, que de ambas formas se le conoció en La Habana durante muchísimos años. Dice la tradición popular que uno de sus viajes al muelle para esperar a su familia un tranvía le seccionó las piernas. Y que cuando se recuperó, aún sin piernas seguía acudiendo al muelle en un tosco carrito de madera, como aquellos que usaban muchos mutilados después de nuestra Guerra Civil. ¡Qué historia!. Un buen número de personas me ha preguntado durante los muchos años que llevo investigando el naufragio del Valbanera si esta historia será cierta y mi respuesta ha sido invariablemente la misma; ¿Y qué más dá?. Esta historia , sea real o sea un mito, es importantísima. Al igual que lo es la de la pequeña Paulita Zumalave , de La Palma, que pasó todo el viaje llorando porque decía que el barco se iba a hundir o el niño pequeño de la familia Brito Ramírez, que eran de Telde, y que tampoco quería embarcar porque decía que se lo iban a comer los "surrinos". Y lo son por una simple razón; porque hacen que el hecho histórico permanezca vivo en la memoria del pueblo algo especialmente necesario en un país como el nuestro, un país sin memoria, al menos en mi modesta opinión.
Han pasado ya 84 años desde que el Valbanera se fue directamente al corazón de las tinieblas. 84 años de olvido. De los supervivientes del Titanic, el barco de los sueños rotos, se dijo que sobrevivieron y que quedaron a la espera de un absolución que nunca llegó. Tampoco llegó a los del Valbanera. Ni a los que sobrevivieron ni a los que se ahogaron en el naufragio. A los primeros porque, con alguna contada excepción, ni siquiera conocemos sus nombres, sus historias, sus porqués................. Y a los muertos porque nos olvidamos de ellos con demasiada rapidez. Sus huesos aún reposan entre los viejos hierros del pecio del Valbanera esperando a que alguien los rescate del olvido. Tal vez incluso para traerlos a España y cerrar así unos de lo más trágicos episodios de nuestra historia marítima.
Pero mientras esto ocurre, son necesarias y tan importantes como las historias de las que antes hemos mencionado iniciativas de todo tipo que nos permitan mantener viva la memoria de nuestra historia marítima. Exposiciones, páginas webs, relatos y narraciones que nos querías aportar.Y decimos que es importantes estas iniciativas porque si vosotros o vuestros hijos, amigas y amigos que habéis decidido pasar un rato visitando esta web o colaborando con nosotros, recordáis de cuando en cuando merced a vuestras visitas, que existió un barco llamado Valbanera el cual se hundió con 500 compatriotas a bordo significará que esas personas no han muerto del todo y que aún pasean por las cubiertas del Valbanera ya que el viejo trasatlántico seguirá navegando en nuestra memoria y en nuestros corazones al igual que navegaba en la imaginación del viejo Loco del Valbanera.


LA MUJER DEL NAUFRAGO. UN CUENTO OSCURO DEL MAR.



Son duras las mujeres gallegas. Las novias y esposas de los marinos. Las viudas de los marinos. Muy duras. En general siempre he pensado (de hecho estoy convencido de ello) que las mujeres, en ciertos aspectos de la vida, son mucho más fuertes que los hombres. Ante el dolor, ante la enfermedad, ante la soledad, ante la pérdida de un ser amado. Probablemente sea la maternidad, su condición de ser o de haber sido madres lo que les confiere tal fortaleza. Y en el caso de las mujeres gallegas esta fortaleza es aún mayor. La mar, al igual que la sangre, fluye por sus venas desde hace siglos confiriendo a su espíritu esa fortaleza a la que me refería, esa fortaleza forjada a base temporales y galernas que dejaron en los pueblos de la Galicia costera incontables cosechas de viudas de náufragos, de lacrimales secos, de dolor profundo por la pérdida del ser amado.
En mis años en la marina mercante aprendí a valorar y a admirar aquellas mujeres. Las veía saltar desde los botes de servicio, que las traían a bordo cuando estábamos fondeados,  a la escala real con olas de dos metros, cargadas con una bolsa de equipaje, con la misma facilidad que un viejo contramaestre. Las veía charlar alegremente, cotorrear en el comedor de subalternos con temporales de fuerza 8 mientras algunos tripulantes, algunos marinos profesionales vomitaban en sus camarotes hasta la primera papilla que tomaron. Creedme, el mareo en el mar es horrible. Tiene dos fases muy bien definidas: la primera es aquella en la que crees que te vas a morir y la segunda es aquella en la que te das cuenta de que, por desgracia,  no te mueres. Bromas aparte, eso a las gallegas les daba igual. Ellas no se mareaban.
Lo que continuación os voy a relatar sucedió hace  15 años, en el verano de 1996, y hasta ahora, salvo alguna referencia rápida en  conversaciones entre amigos, no lo había contado nunca con detalle. Su protagonista fue, cómo no, una mujer gallega. Lo he guardado siempre para mí, lo he atesorado como uno de los recuerdos más memorables en mi relación profesional con el mar. Es este un cuento oscuro del mar porque habla del mar y la muerte, una de mis obsesiones. Pero os juro que lo que vi aquella lejana mañana del primero de agosto de 1996 ha iluminado mi alma durante muchos años. Aún la ilumina. La víspera, el 31 de julio, se hundió al sur de Nerja un buque mercante español al que llamaremos Teide. No era ese su auténtico nombre pero prefiero narrarlo con cierto anonimato. Navegaba de Melilla a Málaga cargado de camiones y con una tripulación de 19 hombres, 20 personas si contamos a un polizón marroquí que se había colado en uno de los camiones que transportaba el buque.
Sobre las cinco de la mañana el Teide fue abordado (es decir, colisionó) por un gigantesco portacontenedores de la EVERGREEN, seguro que alguna vez los habéis visto por televisión. El gran buque de la EVERGREEN navegaba a toda máquina en demanda del Estrecho de Gibraltar en medio de un banco de niebla. Por ello contravenía la reglamentación internacional en materia de abordajes. Como explicaba, en torno a las 5 de la mañana se produjo la colisión y el pobre Teide se fue al fondo del mar prácticamente partido en dos. No voy a entrar en muchos detalles pero fue un siniestro espantoso. Un muerto y siete heridos de diversa consideración. Y una importante pérdida económica y de puestos de trabajo. Repaso el grueso y prolijo informe técnico que en su día emití a requerimiento de los aseguradores del buque español y en el punto 3.3.1 del mismo se lee:
-          El tripulante desaparecido es don Ceferino XXXX, marinero preferente de 37 años de edad, natural de Muros (La Coruña) casado y padre de una hija. El señor XXXX se encontraba durmiendo en el primer camarote de babor de la habilitación de subalternos, cubierta de superestructura, justo en el punto en el que se produjo el impacto directo de la proa del buque portacontenedores.
-          Ninguno de los tripulantes pudo ver al marinero desaparecido durante las operaciones de abandono del buque y es opinión generalizada de la tripulación que el mencionado señor resultó muerto debido al impacto. Únicamente el camarero del buque don Antonio XXXX, que dormía en el camarote adyacente al del desaparecido, declaró al perito que suscribe en presencia del Capitán del buque que al conseguir liberarse de los hierros que le aprisionaban en su camarote y salir por el portillo, tocó el cuerpo del desaparecido que se encontraba aprisionado entre los hierros y enseres del camarote.
Al día siguiente del naufragio nos encontrábamos en las oficinas del armador (del propietario) del buque varios representes de las distintas partes involucradas. Empleados de los armadores. Los aseguradores y sus peritos, los peritos nombrados por el mismo armador, el abogado de la compañía de seguros y el del propio armador, alguien de Capitanía Marítima. En fin, una serie de personajes trajeados bastante siniestros, con cara de póker y dispuestos a arrancarnos la piel a tiras al menor descuido. Tened en cuenta que es mucho dinero el que está en juego. Hay que indemnizar a los asegurados, a las víctimas y sobre todo delimitar muy bien las responsabilidades para que las compañías aseguradoras puedan recobrar del principal responsable del siniestro las cantidades liquidados. Y eso, cuando de un abordaje se trata,  no es labor fácil.
Estábamos en dos o tres corrillos en el vestíbulo de la empresa aguardando a que comenzara la primera reunión del día, comentando trivialidades, tal vez rememorando la última hazaña de algún deportista español, banalizando para que no se nos notara  que estábamos a punto de tirarnos al cuello de alguien por la enorme tensión que acumulábamos. Y de repente caí en la cuenta de que en aquel vestíbulo había alguien más que de inmediato captó mi atención. En una esquina, bien separada de nosotros había una mujer joven. Debía de rondar los treinta años. Ahora con el paso del tiempo únicamente recuerdo vagamente su figura. Un rostro blanco, con pronunciadas ojeras oscuras. Un rostro triste. No recuerdo que fuera una mujer ni más fea ni más guapa,  ni alta ni baja, ni gruesa ni delgada. Era únicamente una mujer en cuya cara se podía leer una profunda pena aunque no lloraba ni la exteriorizaba de forma consciente. Y abrazada a sus piernas una niña pequeña, tal vez de cinco o seis años de edad. Estaba, como digo, abrazada a las piernas de su madre y con la carita vuelta hacia ese montón de pájaros de mal agüero que éramos los que allí estábamos presentes. Sonreí a la pequeña y le guiñé un ojo a lo que respondió escondiendo el rostro entre los pliegues de la falda  de su madre. Me quedé mirándola y comprobé como separaba de nuevo la carita y me miraba haciendo mohines y riéndose.
Por la forma de vestir, por el cansancio que denotaba (nada agota más el cuerpo y el alma que la incertidumbre sobre el paradero del algún ser querido desaparecido en la mar) y por su aspecto supuse enseguida que era la esposa del marinero desaparecido en el naufragio. Y  no me equivoqué. De haberse tratado de cualquier otra mujer, podría pensarse que estaba fuera de lugar  en aquel vestíbulo y con aquellos personajes allí presentes. Pero no, ella no estaba fuera de lugar allí. Por encima de la tristeza, del cansancio, de la pena y mucho más allá de aquellas ropas humildes que vestía, había en aquella mujer algo que ahora no podría definir pero que con toda seguridad a mí me hacía sentir la superioridad moral de aquella persona sobre nosotros. Ignoraba el porqué, pero lo cierto era que aquella persona prevalecía sobre todos nosotros.
Un ruido me sacó de mis pensamientos. Era la puerta del despacho del consejero delegado de la empresa armadora a quien esperábamos desde hacía rato. Este caballero hizo una salida un tanto teatral e ignorándonos de forma deliberada, para que pudiéramos comprobar lo buena persona que era, se encaminó hacia el rincón en el que se encontraba la esposa del náufrago al tiempo que le decía con voz engolada:
-          No te preocupes (con ese tuteo obsceno que algunos empresarios andaluces usan cuando se dirigen a sus subordinados y que en esta ocasión era de todo menos apropiado. Una mujer sola en esas circunstancias ha de ser tratada con la más absoluta cortesía y respeto). No te preocupes, repitió, Salvamento Marítimo está buscando a tu marido y me han dicho que el helicóptero Helimer….
-          ¡Oiga! – le espetó aquella mujer con su marcadísimo acento gallego sin dejarle terminar la frase – ¡Déjeme de salvamento marítimo y haga el favor  de arreglarme los papeles. Mi marido ha muerto y yo tengo que criar a mi hija!
Y mientras hablaba sus ojos bajaron hacia sus piernas a las que todavía se abrazaba su pequeña. La pena desapareció de sus ojos. Yo nunca había visto tanto amor, tanta ternura en una mirada como en la que aquella mujer, dura como la madera de guayacán, dedicó a su niña.
El armador se quedó sin poder articular palabra. Silencioso volvió  a su despacho y dejó abierta la puerta para que fuéramos entrando. A mí se me hizo un nudo en la garganta. Estaba casi paralizado, fascinado con aquella mujer. ¡Qué admirable!. ¡Qué pequeños nos sentimos todos en su presencia!. Me atrevo a decir que incluso sentí envidia del tiempo que aquel pobre marinero tragado por el mar pasó en compañía de aquella mujer excepcional.

¿Sabéis?. Aquella fue una de las investigaciones más duras que he hecho en mi vida profesional. Me explico. De los seis oficiales del Teide cuatro habían estudiado la carrera conmigo, incluyendo al capitán. Y con dos de ellos me unía una gran amistad. Y tuve que interrogarlos durante interminable sesiones, a uno de ellos incluso en el Hospital Clínico de Málaga en el que se recuperaba de sus heridas. Mi celo profesional casi me cuesta su amistad lo cual me entristeció mucho. A veces soy muy cabrón, he de admitirlo. Como me dijo alguien muy querido recientemente, los hombres somos muy pobres,  demasiado pobres como para ir cortando relaciones, como para ir perdiendo amigos en la vida.
A finales de aquel mes de agosto, caluroso, áspero, agotador me encontraba encerrado en mi despacho cerrando el informe pericial cuando sonó el teléfono:
-          ¿Diga?
-          Echegoyen soy Ramírez. – Ramírez era el ejecutivo de la compañía que llevaba el caso- ¿Cómo llevas el informe del Teide?
-          Lo estoy terminando. Os toca pagar una pasta.
-          Si pero vamos a recobrar en Londres casi el 80% de la indemnización. Los arbitrajes van por ahí. Creo que todos hemos hecho un buen trabajo en este caso.
-          Si la verdad es que sí.
-          Oye te tengo que hacer otro encargo profesional.
-          Dime –contesté algo extrañado-
-          El marinero muerto. En realidad está desaparecido y ya conoces el funcionamiento de la ley en estos casos.
-          Claro que sí –admití con creciente interés- A mi mente volvió la imagen de aquella maravillosa mujer gallega y de su hija.
-          ¿Tú podrías hacer un informe técnico en el que se demuestre más allá de cualquier duda razonable que este chico falleció en la colisión y que quedó atrapado entre los hierros del buque?
-          Joder Ramírez,  pues claro que puedo.
-          Lo sabía. Así al menos la mutua y la compañía pueden ir adelantando a la viuda las indemnizaciones privadas que le correspondan. Hasta que se oficialmente sea declarada viuda.
-          No te preocupes, lo voy a bordar. Tenemos las declaraciones de los tripulantes de ambos barcos y además está el video que los marineros del portacontenedores tomaron. Lo único que tengo hacer es montarlo y coordinarlo todo.
-          Este verano te vas a forrar, cabrón.
-          ¿Cómo?
-          Entre la minuta que nos vas a pasar por el hundimiento del Teide y por el informe  del marinero que murió te vamos a arreglar económicamente el año.
-          Verás Ramírez, por el informe del hundimiento te voy a pasar una minuta que se va a cagar la perra después del veranito que me habéis dado. Pero el otro, el del marinero desaparecido, ese corre de mi cuenta. Es gratis.
-          Qué rarito eres, coño.
-          Que te follen Ramírez.
Ramírez, un buen amigo también, soltó una sonora carcajada al tiempo que colgaba el teléfono. Archivé en la memoria del procesador de textos el informe del hundimiento y redacté durante horas el nuevo informe que me habían requerido. Como antes dije, el recuerdo de aquella mujer y el de los ojos de su pequeña iluminaron mi alma durante aquella larga noche de trabajo. Su recuerdo todavía me emociona. Dios las bendiga donde quiera que estén.

Epílogo:
Alfredo Estrella (en esta ocasión el nombre es auténtico) era el capitán del Teide. Alfredo, melillense de pro, es un tipo bastante curioso, algo raro, algo excéntrico. Y uno de los mejores marinos que he conocido en mi vida.
Alfredo se encontraba durmiendo en su camarote cuando se produjo la colisión. El brutal impacto lo lanzó desde su litera contra un mamparo y quedó tirado en cubierta semiinconsciente durante unos instantes. Cuando consiguió abrir la puerta de su camarote, herido y prácticamente desnudo, ordenó a su tripulación que abandonaran el buque. El se quedó a bordo para intentar salvar al camarero y al marinero desaparecido. Consiguió sacar al camarero, no así al marinero y cuando estaba a punto de saltar por la borda la succión del barco lo arrastró hacia el fondo marino. Tuvo la gran suerte de que una enorme burbuja de aire procedente del interior del barco que se hundía le hizo de nuevo alcanzar la superficie.
Alfredo recibió por su comportamiento la Gran Cruz del Mérito Civil. Se la concedieron justo unos días después de haber sido despedido de la naviera por el asunto del Teide. Por eso estas putas historias del mar son historias oscuras.