Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

viernes, 16 de marzo de 2012

Historia de una postal.



















Historia de una postal.-
En cuanto vi la postal me llamó la atención. La verdad es que no era una vista especialmente bonita del trasatlántico Infanta Isabel (el gemelo del Príncipe de Asturias, el “Titanic español”). El barco no aparecía en primer plano y de hecho bajo ese ángulo de apariencia el viejo liner era casi irreconocible. Y sin embargo la postal me llamaba. La compré de inmediato y cuando llegué a casa me dispuse a examinarla con más cuidado. En el reverso encontré la explicación, el porqué, la razón por la cual esa postal se vino conmigo si me permitís expresarlo de esa forma.
Aunque no estaba franqueada, la postal iba dirigida a la señorita Mercedes Pedroso. La letra era de alguien muy joven, casi un chaval y el texto decía lo siguiente:
“Recuerdo de su primer viaje a Europa a bordo del vapor Infanta Isabel” El camarero Enrique Ruiz
En el anverso el joven camarero fechaba la postal: En la mar a 24-9-16 escrito bajo un cuidado “Felicidades”.
Cuando hube leído la firma quedé sin habla. Estupefacto. Estas son las cosas que hacen que un naufragio que estás investigando salte de los viejos papeles impresos y te golpee el alma tomando dimensión humana y haciéndote sentir la tragedia.
Permitid que me explique: uno, tras leer la dedicatoria, se puede enternecer al pensar en el joven camarerillo con un sueldo de miseria regalándole a una pasajera una postal, lo único que podría permitirse. Hasta nos podríamos imaginar el nacimiento de una historia de amor entre dos jóvenes a bordo de uno de aquellos barcos de la emigración. La clásica historia de un chaval que conoce a una chica y como es lógico intenta conquistarla con todos los medios a su alcance aunque éstos sean bien exiguos. Imaginar. Si. Incluso podemos pensar en que gracias a ese viaje, a ese encuentro, a esa postal los dos chicos continuaron con la relación como tantas veces ha sucedido e incluso que llegaron a formar una familia y vivieron felices el resto de sus días en ésta nuestra querida España.
Pero en esta ocasión me temo que no pudo ser. Justo tres años después de haber escrito esa dedicatoria a la que imagino bella pasajera que le gustaba, entre el 12 y el 20 de septiembre de 1919, el joven camarero Enrique Ruiz desapareció en el Caribe junto con 487 personas más a bordo del trasatlántico español Valbanera. Es lo que tienen las historias del Valbanera. Son como las putas historias irlandesas. No hay ni una que acabe bien.

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