Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

miércoles, 14 de marzo de 2012

Cálido verano de reencuentro.






Era el 12 de abril del año 2003 cuando leí este “post” en el libro de visitas de una web dedicada al pueblo de Campillos:

SANCHEZ CALERO

SOY TAMBIEN ANTIGUO ALUMNO DEL COLEGIO SAN JOSE
DESDE EL 76 AL 80,ME GUSTARIA PONERME EN CONTACTO
CON COMPAÑEROS DE MI EPOCA.
UN ABRAZO


Cuando leí las fechas en las que había estado en el colegio pensé - ¡coño, este es Rafa!. Juanjo, de quien más tarde hablaré y que era su hermano mayor, había estado conmigo en el colegio desde antes, desde 8º de EGB y por tanto no podía ser él. De inmediato le escribí y me sorprendió la mesura, la ponderación y hasta la prudencia con la que me contestó:

- ¿Tú eres Nenuco, verdad? y de inmediato añadió en su correo : “espero que no te moleste que te haya llamado así”

Después del primer ataque de risa que me entró pensé un poco perplejo: ¡Joder, qué mari melindres se me ha vuelto el asilvestrado de los cojones éste ! La explicación la supe años después; quien me había contestado era Anabel, la encantadora mujer de Rafa empujada por su marido que no es muy aficionado que digamos a eso de juntar letras. Anabel, ejemplo de prudencia y exquisitez (lo mismo que el Calerito, vamos) no sabía la pobre como preguntarme si yo era Nenuco o no. Nos reímos mucho hace unos días recordando esta anécdota que, aunque sucedida hace ya siete años, guardo como una preciada vivencia de este cálido verano de reencuentros que nos ha devuelto la amistad, nuestra amistad, las amistades de la adolescencia olvidadas, que no perdidas, hace ya muchos años.
Perdido aquel primer contacto, hace unos meses Anabel me reencontró a mí en Facebook. Yo había vuelto a ver comentarios de Rafa por internet en diversos foros y un día le dije a Anabel: “Oye, dile al petardo de tu marido que vamos a buscar a los compañeros de Campillos y nos vamos a reunir”. Y fue así como ha comenzado esta maravillosa aventura de localizarte a ti amigo que lees ahora estas líneas, y al resto de compañeros. He de reconocer que en más de una ocasión a lo largo de mi vida he pensado, he soñado con que me volvería a reunir contigo, con todos vosotros y que rememoraríamos aquellos tiempos pasados, buenos y malos, que de todo hubo en aquel colegio, en aquel lugar en el corazón de Andalucía, aquel internado que se nos incrustó a todos en el alma. Lo que nunca me imaginé es que el reencuentro se iba a producir de forma tan rápida y tan anhelada por todos si se me permite expresarlo así.

Y nos pusimos a ello los tres. A buscaros. Anabel, Rafa y yo. Comenzamos por hacer una lista con los nombres de los compañeros a los cuales recordábamos. Había unos cuantos con los que nunca habíamos perdido el contacto. En mi caso, por ejemplo, estaba mi amigo Diego Bonilla y también Oscar Salazar Burgueño a quien veía de cuando en cuando por temas profesionales en el puerto de Estepona , Juan Carlos Azuaga Rico, y algunos otros con los que me ha unido siempre gran amistad pero que estaban en cursos inferiores y nunca han mostrado gran afición a recordar sus tiempos en Campillos. De hecho el único que de inmediato me dijo que sí que venía era Diego Bonilla. Diego es amigo mío desde 6º de EGB, desde que entre al colegio por primera vez. Como en casi todos los casos, Diego es mayor que yo dos años y de inmediato sentí gran admiración por él porque tenía una habilidad que ante mis ojos infantiles se me antojaba un auténtico prodigio: Sabía cómo tocarle los cojones a los profesores como nadie. ¡Qué tío! Los ponía frenéticos y despertaba en ellos unos instintos asesinos que nunca sospeché pudiera tener un docente. Esos ojitos azules siempre tras unas gafas oscuras, esos rizos rubios y esa media sonrisa socarrona que dejaba entrever los dientes centrales partidos causaban un efecto devastador en la paciencia de nuestros profesores. Pero el día en el que Diego pasó a la categoría de amigo a héroe infantil para mí de verdad, fue cuando consiguió que el pobre don Francisco Barragán (que en paz descanse), el cura del colegio, un alma cándida donde las hubiera, le tirara encima la mesa del profesor.

Estábamos en 7º B y Diego estaba sentado en primera fila, justo delante de la mesa del profesor, con su media sonrisa socarrona y mirando fijamente a don Francisco que había perdido los papeles y nos estaba llamando de todo, desde perros judíos a vagos. La verdad es que éramos una buena colección de elementos. De repente don Francisco se fija en Diego y le dice:

- BONILLAAAAA SE PUEDE SABER DE QUE TE RIES????????

Y Bonilla con dos cojones le responde.

- Hombre don Francisco es que yo pensaba que usted era un hombre pacífico (lo dijo así del tirón y sin dejar su sonrisita toca pelotas)

- ¿¡¡¡¡¡YO PACIFICO!!!!!!? - don Francisco (que iba para santo el pobre) no pudo más – estaba a punto de sufrir una apoplejía- y de un empujón le tiró la mesa del profesor encima a mi amigo Diego.

Fue impresionante. A mí se me pusieron los ojillos redondos con aquella escena.

Durante estos años Diego y yo hemos rememorado aquella anécdota riéndonos en muchas ocasiones y he pasado buenos ratos con él y con su mujer, Mari Carmen y su hijo Diego.

La verdad es que en aquel 7º B estábamos una buena colección de elementos. Entre otros: Diego Bonilla, Ángel Díaz Guerrero, Jerónimo Villalba, Julio Osorio, Frutos Ramírez, Juan Morales, Carlos Montero Vítores, Gonzalo Rodríguez Valverde, Joaquín Zapico, José Antonio Blanes, Rafa Banderas…………..


¡Rafa Banderas y Angelito Díaz Guerrero! Esos fueron los dos primeros compañeros perdidos a quien me propuse encontrar. Oye, y no había manera de localizarlos. Un amigo me había dicho:

- “por el centro pulula un tío muy pijo siempre en bicicleta y que por mis muertos que se parece al Banderas”

Desesperado ya de buscarlo hablé con un amigo que es detective. Recuerdo que le dije:

- Núñez, estoy intentando localizar a un amigo y no hay forma humana de encontrarlo.

- ¿Cómo se llama? – me preguntó-

- Rafael Banderas Moya.

- Espera un segundo – comentó- mientras hacía una llamada con su móvil. Tras unos segundos de conversación me dijo:

- Este señor tiene un local en el 56 de la calle Ollerías, allí puedes localizarlo.


Así que ufano me encaminé al 56 de la calle Ollerías. Cuando llegué puede comprobar que lo que allí había era una panadería atendida por dos chicas jóvenes, guapetonas y muy simpáticas. Entré y tras presentarme les dije:


- Busco a un compañero de colegio que se llama Rafa Banderas. Como de un metro ochenta, delgado, peinado hacia atrás, siempre muy moreno, aturullado hablando y muy trabajoso. Me han dicho que tenía un negocio de ropa aquí.

La dos se miraron y me contestaron que no les sonaba. Me quedé callado pensando y recuerdo que les dije:

- Si joder, un tío muy presumido.

- AHHHHHH!!!, - saltaron las dos al unísono- ¡ el Banderas!.

- Ese, coño, ese - les dije riéndome.

Me confirmaron lo de la bicicleta y me dijeron que solía ir por allí por las tardes. Le dejé mi tarjeta con una nota para que me llamara. Y me llamó. De inmediato. Y nos reímos muchísimo. Rafa sigue igual de entrañable, igual de trabajoso. Sigue siendo aquel amigo tan simpático con el que tanto nos reímos en el colegio. Quedamos para tomar café y en unos días estuvimos rememorando nuestra niñez en el colegio frente a unas cafés en una terraza en el centro de Málaga. Durante la conversación ambos nos preguntamos por Angelote, que estuvo con nosotros en el colegio desde 7º de EGB. Quedamos en que íbamos a buscarlo a ver qué conseguíamos.

Yo sabía que Ángel trabajaba en el sector del taxi, en alguna ocasión me había recogido años atrás. Me dije: la próxima vez que coja un taxi le pregunto al taxista cómo localizar a uno de sus compañeros. Suponía que en algún lugar debía de haber un registro de las licencias de Málaga para poder contactar con sus titulares. Y así lo hice. La primera vez que tuve que coger un taxi en Málaga le pregunté al taxista:

- Oiga, ¿cómo se hace para localizar a un taxista del que sólo sé el nombre?

- ¿Busca a alguien en particular?

- Si, a un compañero de colegio que se llama Ángel Díaz Guerrero.

- ¿Te doy su teléfono? Me dijo riéndose el taxista.

- ¿Cómo?

- Que lo conozco, vamos. Y me sacó de su móvil el teléfono de mi querido Angelito.

Más de 1.500 licencias de taxi en Málaga y me había ido a recoger su cuñado. Parece como si el destino hubiera estado encadenando una serie de circunstancias que facilitaran nuestro reencuentro. De inmediato llamé a Ángel y le conté lo que estábamos preparando. Y la emoción, la alegría que manifestó era inmensa. Nos vimos unos días después para tomar unas cañas junto a Rafa Banderas y también nos reímos mucho. Angelito y yo nos conocemos desde que éramos unos cocos de 10 años. Estábamos juntos en Los Olivos, un colegio de curas de Málaga. Y los dos acabamos en Campillos. ¡Menudos pintas!. Ángel con trece años ya medía el casi metro noventa que mide hoy en día, de ahí lo de Angelote. Los niños más pequeños del colegio iban a esconderse detrás de él para que los protegiera de los que venían a pegarles. Todos tenemos un recuerdo entrañable de Angelito. Hoy, 30 años después afortunadamente Ángel ha dejado de crecer físicamente. Lo que sí que le ha seguido creciendo es el alma. Sé que la vida le ha hecho unas cuantas putadas y aún así sigue siendo el chaval noble, bueno, cariñoso y con muchos valores que todos recordamos por lo que me siento especialmente orgulloso de él. Permitidme también que tenga un recuerdo emocionado para su padre que falleció el pasado1 de septiembre.


Los días de este tórrido verano que nos acaba de abandonar iban pasando y los reencuentros se sucedían. Por Facebook apareció Carlos Perdigón Torres, el golfo más simpático del colegio. Recuerdo que la primera vez que lo vi estaba meando subido encima de la tapia del colegio nuevo. ¿Quién coño será el guarro ese pensé? Pues eso, nuestro Carlitos, otro hermano más de Campillos. Después de 30 años Carlos se han convertido en el feliz padre de cinco hijos. Pasamos dos días estupendos con él. Uno en Fuengirola y otro en Córdoba, junto a su esposa Mamen y a su pequeña hija Mar, una auténtica bendición. Mi amigo Pedro Suárez de Venegas Sanz, ese extremeño que le dijo un día a un profesor “para usted soy don Pedro Suárez de Venegas Sanz” apareció también y nos reunimos en Córdoba con él y con su encantadora esposa Mercedes. ¡Qué bien lo pasamos! Pedro sigue igual que en el colegio (eso sí, ¡¡con el bigote blanco de canas!!)

Y aparecieron Curro Ramos Moreno Ramos (de Istán) que un día bajó de los dormitorios con media cara afeitada y la otra media sin afeitar y al que llamábamos el Inverso porque tenía los mismos apellidos que otro compañero pero en distinto orden, y José Luis Gómez Pleguezuelos, serio y enjuto como siempre, y el bueno de Chía localizado por Rafa, otro cordobés del que todos tenemos un magnífico recuerdo. Nos pegamos una comilona en el restaurante de Curro en Fuengirola que ni os cuento. Comida a la que por cierto también vino nada más y nada menos que don Alfonso García Rivero, el cordobés más serio del colegio. La verdad es que cuando estábamos en Campillos, Alfonso (que para variar es también un par de años más viejo que yo) me parecía el tío más misterioso del mundo. ¡Tan grandullón y tan serio él! Yo que anduve algún tiempo justito de creencias y con algún que otro remiendo en el alma cuando leí su blog sobre la figura de Jesucristo me quedé muy impresionado. En Fuengirola pude conocer a su mujer Isa que tuvo la gentileza de compartir un rato de charla con nosotros en el restaurante y a su hijo, Alfonso José un chaval estupendo que bajó a conocerme cuando llegué. Supongo que para Alfonso este reencuentro será también una forma de recuperar recuerdos perdidos ya que todos sus papeles y recuerdos del colegio se quemaron en un incendio en casa de sus padres en febrero del año 1981. Otro cordobés localizado por Rafa fue Luis Lorente con quien he hablado un par de veces por teléfono aunque todavía no me he encontrado con él.

Y qué decir de Román Mapelli, el cordobés más lacio del mundo como decimos en Málaga. Durante estos años, el recuerdo del bueno de Román me producía risa. Era un tío estupendo pero parecía que siempre estaba cansado. Recuerdo que cuando discutía con alguien siempre soltaba con su acento cordobés arrastrando las sílabas aquello de “¡Lánzate!, ¡Que te lances nene! Don Ricardo Medina, un profesor de ciencias le metió a Román uno de los mejores hostiones que he visto en mi vida. Cada vez que me acuerdo me da un ataque de risa. Y perdón por lo de hostiones pero es que fue eso: ¡Un hostión de cojones! Estábamos en torno a la mesa del profesor y el Ricardito (así lo llamábamos por lo pequeño que era) que no le llegaba a Román ni al ombligo estaba de pie detrás de la mesa. Y de repente Román, lacio y larguilucho él, se puso a soplarle en el cuello a don Ricardo. El Ricardito se volvió y…madre mía que hostia le metió. Así me lo contaba Román en un correo el otro día:

LA ANECDOTA DEL SOPLIDO A DON RICARDO NO SE ME OLVIDARA EN LA VIDA, TENIA UN PELO ENGANCHADO ENTRE LA CAMISA Y EL CUELLO Y DURANTE TODA LA CLASE (LA PRIMERA QUE NOS DABA) ME ESTABA PONIENDO NERVIOSO, ASI QUE NO SE ME OCURRIO OTRA COSA QUE EMPEZAR A SOPLARLE EN EL PESCUEZO CUANDO ACABO, CLARO EL TIO ALUCINO Y ME ARREO UNA HOSTIA DE CATEGORIA.
COSAS DE CRIOS.
UN ABRAZO Y HASTA SEPTIEMBRE.

Y no se me olvidará otro cordobés ilustre, mi amigo Paco Jiménez Mendoza que me encontró a mí por Facebook. El recuerdo de Paco, con aquellos pelados al cero que se pegaba también me hace sonreir. Además el tío iba siempre corriendo a todas partes. Recuerdo que pensaba ¡andará buscando a Bubu, coño!


Otro de los primeros que apareció fue el bueno de Jaime Isla Duarte, el militar de la clase. A Jaime me lo encontré hará unos 20 años cuando yo navegaba en la Compañía Trasmediterránea haciendo un transporte de tropas. Íbamos los dos de uniforme. Yo de blanco con el uniforme de marino y el de caqui con el uniforme de infantería y un pistolón al cinto. El muy cabrón recuerdo que me dijo ¿Pero dónde vas tan guapo?. Todos nos hemos alegrado mucho de que venga Jaime pues el recuerdo que de él tenemos es inmejorable. Y hablando de marinos, Nacho Crespo que siguió conmigo después de Campillos en la carrera de Náutica también dijo que quería venir, pero hasta ahora no hemos vuelto a tener noticias suyas.


Poco a poco fuisteis apareciendo muchos de vosotros. De la provincia de Cádiz Manolo Ledesma (que dice el muy mamón que no me pone cara con el cabezón que tengo), los hermanos Osborne a los que localizó Rafa, Carlos Montero Vítores a quien quería muchísimo pero que siempre estábamos peleándonos, Jerónimo Villalba, entrañable amigo desde 6º de EGB a quien si no recuerdo mal le clavé una vez una escuadra que le había tirado al petardo de Bonilla. De Bornos nuestro Bornicho, Diego Jiménez Gil, probablemente el mejor jugador de fútbol del colegio. De Carmona, en Sevilla, Gonzalo Rodríguez Valverde, otro amigo también de la vieja guardia, Pepe Hernández también de la provincia de Sevilla, de Jaén Andrés Ruiz Párraga, Manolo García Chacón y Jesús Colmenero Fernández. De Granada Cecilio Maestra López y los extremeños Pepe Luis Guerra Lomo (que sigue teniendo la misma voz que tenía de chaval) con esas poses de boxeador que sale en las fotos del colegio y Javier Calvo que aún no sabemos si podrá venir a la reunión o no por problemas familiares. Y los onubenses Juan Bautista Sánchez Trinidad, José Carlos Coll Marchena y mi amigo Antonio Lozano (que en realidad era morito y motero). Una vez se fue a Córdoba vestido con chilaba. Para darle dos patadas en el culo, vamos. Y desde el levante español nos llegó don Goyo Molina, hermano motero de Antonio. Encantador el tío. Otro ex morito (de Ceuta quiero decir) Joaquín Zapico que apareció de los últimos y que ahora según tengo entendido anda por Marbella.


No sé si me dejo a alguno de vosotros en el tintero. Si alguno aparece después de que este librito entre en imprenta que no se preocupe, que para el año que viene lo tendremos en cuenta.

Todos los reencuentros de este largo, larguísimo y cálido verano, han sido algo más que un aperitivo del encuentro que vamos a tener en unos días (que habremos tenido cuando estéis leyendo estas líneas). Han sido como una brisa suave que ha atenuado la atmósfera asfixiante de este verano andaluz, un soplo de esperanza en estos tiempos sombríos que vivimos, una ilusión por poder de nuevo vislumbrar aquellos tiempos ya lejanos de nuestra adolescencia casi olvidada y sobre todo la alegría infinita de poder volver a veros a muchos de vosotros. El año que viene, si Dios quiere y el tiempo nos es propicio, nos volveremos a reunir. Y nos reiremos juntos de nuevo. Me produce una curiosa sensación el pensar que el tema de conversación de nuestra próxima reunión, aparte de los recuerdos comunes del colegio, de Campillos, sea lo bien que lo hemos pasado en esta nuestra primera reunión y las anécdotas que en la misma se puedan producir.

Y será, si Dios quiere, en Antequera. Así lo pensamos Rafa y yo, y ahora lo sometemos a vuestra consideración. Creedme, este viejo poblachón andaluz al que los avatares de la vida me trajeron hace unos años, es un sitio ideal para pasar un fin de semana de diversión, de amistad, de hermandad. La oferta de hoteles es inmejorable y la de restaurantes, ni os cuento. Además queda lo suficientemente cerca de Campillos por si queréis que hagamos una visita al colegio o al pueblo. Permitidme que os cuente algo de éste que considero mi pueblo. La viejísima Antequera, a la que los romanos llamaban ya Antikaria, o Medina Antaquira los árabes, se desparrama entre cerros y vega fértil a los pies de los impresionantes farallones rocosos de las Sierras del Torcal y de la Chimenea. Con 46.000 habitantes, Antequera es una pequeña ciudad monumental en la que el tiempo parece haberse detenido. Coronada por un impresionante castillo árabe que parece custodiar sus callejas, sus cuestas, sus plazuelas recoletas y postigos, Antequera está plagada de iglesias, de conventos de gruesos muros tras los que se adivina el rezo monótono de monjitas y frailones, de palacetes y casas solariegas, de fuentes que refrescan el tórrido calor del verano, de antiguos dólmenes megalíticos asombro de los arqueólogos de medio mundo y de ruinas árabes, romanas, de sabe Dios cuantas civilizaciones.

Nuestra próxima reunión será en el otoño del año 2011. Y el otoño es una estación muy especial en Antequera. Se nos cuela por los cinco sentidos de forma sutil. Es la época en la que llegan a los arrabales de la ciudad los sonidos siempre impresionantes de la berrea, el ronco bramido de los machos de cervuno que en los pinares y dehesas limítrofes retan a sus adversarios. Es la época en la que los conventos y obradores de confitería comienzan la campaña del mantecado, inundándose la ciudad de un intenso olor a harina tostada, a canela y ajonjolí, a azúcar quemada y frituras dulces, a castañas asadas y a boniatos. Es la época del año en la que se comienza a sentir en la piel el frescor del aire al atardecer. Un frescor agradable que nos dice que el verano se ha marchado por fin. Es la época del año en la que la luz del atardecer adquiere una tonalidad especial que hace que los días se apaguen dulcemente y crea la atmósfera propicia para la charla sosegada en las cafeterías y tabernas de la ciudad, para la sonrisa cómplice con los amigos entre cafés y volutas de humo de los cigarrillos. Si os parece bien, a esa hora incierta del atardecer, en Antequera, el otoño del año que viene volveremos a recuperar aquella primera simpatía, volveremos a reir juntos, a conversar y a contar chascarrillos, volveremos a abrazarnos y a ser hermanos. Al igual que la naturaleza se renueva en otoño, el del año que viene será también tiempo para que juntos renovemos nuestras almas. Os prometo que me encargaré de que durante los días que aquí estéis, ésta sea vuestra casa.

Y termino. ¿Termino? ¡No!. Todavía me queda hablar de uno de vosotros. Empecé estas líneas con un Sánchez Calero y termino con el otro, con mi amigo Juanjo. Es lo que tienen estos dos petardos. El recuerdo que tenemos de ellos es tan bueno que recordándolos nunca nos equivocamos. Os contaré algo por si no lo sabíais: aunque de niño yo tenía cara de bueno e incluso parecía bueno, la verdad es que era un crío bastante morbosito y macabro. Me encantaban las historias de terror sangrientas, las historias de batallas de la Segunda Guerra Mundial, de los campos de extermino nazis, de vampiros y hombres lobos. Y de historias sangrientas mi amigo Juanjo sabía un montón por lo que al igual que Bonilla, ante mis ojos de chaval se convertía en uno de mis héroes. Juanjo me contaba las historias de las monterías en las que participaba, de cómo abatía cochinos y venados, de las armas que usaba, del piso ensangrentado de las juntas de carnes y sobre todo me contaba las historias de cómo se hizo las cicatrices que tenía en la cara. La que más me gustaba y que le pedía de vez en cuando que me repitiera era la de cómo se hizo la herida bajo el labio al caerse de una moto. Me contaba que al enjuagarse la boca con agua no tenía que escupirla porque el líquido se le salía por la herida. ¡Y yo me quedaba flipando!. En tercero de BUP, Juanjo me dio, creo que nos dio a todos, uno de los peores ratos que pasé en Campillos. Estábamos en clase de gimnasia con el amigo Isidro. Saltábamos al potro y cuando saltó Juanjo cayó de cabeza y se pegó uno de los leñazos más aparatosos que he visto en mi vida. Ni sangró, aunque le salieron dos velas de un líquido blanquecino por la nariz. ¡Joder qué susto nos dio el cabrón! Gracias a Dios la cabeza, aparte de tenerla bien gorda, la tenía muy dura. Este verano también me encontré con él en Fuengirola y nos reímos mucho recordando todas estas historias de críos.

Terminar hablando de mi amigo Juanjo me viene al pelo para recordar una cita que siempre me ha gustado mucho y que creo que es aplicable a todos nosotros. Supongo que las historias que me contaba contribuyeron a que la afición a los relatos sangrientos siguiera bien arraigada en mí. De hecho continué durante muchos años leyendo libros de terror y viendo películas de mismo género (aún continuo haciéndolo). Uno de esos libros, El Cuerpo, de Stephen King, que narra las peripecias de un grupo de chavales que emprenden un viaje para buscar el cadáver de otro chaval muerto al ser arrollado por un tren termina así:

Nunca he vuelto a tener amigos como lo que tuve cuando era un adolescente.

¡Dios!, ¿Los tiene alguien?

Suscribo la cita palabra por palabra.

Vuestro amigo que os quiere

Fernando.

Postdata: Perdón por los muchos tacos. Pero ¿Qué coño queréis que haga? Estudié en Campillos, no en los Carmelitas.














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