Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

viernes, 16 de marzo de 2012

LA MUJER DEL NAUFRAGO. UN CUENTO OSCURO DEL MAR.



Son duras las mujeres gallegas. Las novias y esposas de los marinos. Las viudas de los marinos. Muy duras. En general siempre he pensado (de hecho estoy convencido de ello) que las mujeres, en ciertos aspectos de la vida, son mucho más fuertes que los hombres. Ante el dolor, ante la enfermedad, ante la soledad, ante la pérdida de un ser amado. Probablemente sea la maternidad, su condición de ser o de haber sido madres lo que les confiere tal fortaleza. Y en el caso de las mujeres gallegas esta fortaleza es aún mayor. La mar, al igual que la sangre, fluye por sus venas desde hace siglos confiriendo a su espíritu esa fortaleza a la que me refería, esa fortaleza forjada a base temporales y galernas que dejaron en los pueblos de la Galicia costera incontables cosechas de viudas de náufragos, de lacrimales secos, de dolor profundo por la pérdida del ser amado.
En mis años en la marina mercante aprendí a valorar y a admirar aquellas mujeres. Las veía saltar desde los botes de servicio, que las traían a bordo cuando estábamos fondeados,  a la escala real con olas de dos metros, cargadas con una bolsa de equipaje, con la misma facilidad que un viejo contramaestre. Las veía charlar alegremente, cotorrear en el comedor de subalternos con temporales de fuerza 8 mientras algunos tripulantes, algunos marinos profesionales vomitaban en sus camarotes hasta la primera papilla que tomaron. Creedme, el mareo en el mar es horrible. Tiene dos fases muy bien definidas: la primera es aquella en la que crees que te vas a morir y la segunda es aquella en la que te das cuenta de que, por desgracia,  no te mueres. Bromas aparte, eso a las gallegas les daba igual. Ellas no se mareaban.
Lo que continuación os voy a relatar sucedió hace  15 años, en el verano de 1996, y hasta ahora, salvo alguna referencia rápida en  conversaciones entre amigos, no lo había contado nunca con detalle. Su protagonista fue, cómo no, una mujer gallega. Lo he guardado siempre para mí, lo he atesorado como uno de los recuerdos más memorables en mi relación profesional con el mar. Es este un cuento oscuro del mar porque habla del mar y la muerte, una de mis obsesiones. Pero os juro que lo que vi aquella lejana mañana del primero de agosto de 1996 ha iluminado mi alma durante muchos años. Aún la ilumina. La víspera, el 31 de julio, se hundió al sur de Nerja un buque mercante español al que llamaremos Teide. No era ese su auténtico nombre pero prefiero narrarlo con cierto anonimato. Navegaba de Melilla a Málaga cargado de camiones y con una tripulación de 19 hombres, 20 personas si contamos a un polizón marroquí que se había colado en uno de los camiones que transportaba el buque.
Sobre las cinco de la mañana el Teide fue abordado (es decir, colisionó) por un gigantesco portacontenedores de la EVERGREEN, seguro que alguna vez los habéis visto por televisión. El gran buque de la EVERGREEN navegaba a toda máquina en demanda del Estrecho de Gibraltar en medio de un banco de niebla. Por ello contravenía la reglamentación internacional en materia de abordajes. Como explicaba, en torno a las 5 de la mañana se produjo la colisión y el pobre Teide se fue al fondo del mar prácticamente partido en dos. No voy a entrar en muchos detalles pero fue un siniestro espantoso. Un muerto y siete heridos de diversa consideración. Y una importante pérdida económica y de puestos de trabajo. Repaso el grueso y prolijo informe técnico que en su día emití a requerimiento de los aseguradores del buque español y en el punto 3.3.1 del mismo se lee:
-          El tripulante desaparecido es don Ceferino XXXX, marinero preferente de 37 años de edad, natural de Muros (La Coruña) casado y padre de una hija. El señor XXXX se encontraba durmiendo en el primer camarote de babor de la habilitación de subalternos, cubierta de superestructura, justo en el punto en el que se produjo el impacto directo de la proa del buque portacontenedores.
-          Ninguno de los tripulantes pudo ver al marinero desaparecido durante las operaciones de abandono del buque y es opinión generalizada de la tripulación que el mencionado señor resultó muerto debido al impacto. Únicamente el camarero del buque don Antonio XXXX, que dormía en el camarote adyacente al del desaparecido, declaró al perito que suscribe en presencia del Capitán del buque que al conseguir liberarse de los hierros que le aprisionaban en su camarote y salir por el portillo, tocó el cuerpo del desaparecido que se encontraba aprisionado entre los hierros y enseres del camarote.
Al día siguiente del naufragio nos encontrábamos en las oficinas del armador (del propietario) del buque varios representes de las distintas partes involucradas. Empleados de los armadores. Los aseguradores y sus peritos, los peritos nombrados por el mismo armador, el abogado de la compañía de seguros y el del propio armador, alguien de Capitanía Marítima. En fin, una serie de personajes trajeados bastante siniestros, con cara de póker y dispuestos a arrancarnos la piel a tiras al menor descuido. Tened en cuenta que es mucho dinero el que está en juego. Hay que indemnizar a los asegurados, a las víctimas y sobre todo delimitar muy bien las responsabilidades para que las compañías aseguradoras puedan recobrar del principal responsable del siniestro las cantidades liquidados. Y eso, cuando de un abordaje se trata,  no es labor fácil.
Estábamos en dos o tres corrillos en el vestíbulo de la empresa aguardando a que comenzara la primera reunión del día, comentando trivialidades, tal vez rememorando la última hazaña de algún deportista español, banalizando para que no se nos notara  que estábamos a punto de tirarnos al cuello de alguien por la enorme tensión que acumulábamos. Y de repente caí en la cuenta de que en aquel vestíbulo había alguien más que de inmediato captó mi atención. En una esquina, bien separada de nosotros había una mujer joven. Debía de rondar los treinta años. Ahora con el paso del tiempo únicamente recuerdo vagamente su figura. Un rostro blanco, con pronunciadas ojeras oscuras. Un rostro triste. No recuerdo que fuera una mujer ni más fea ni más guapa,  ni alta ni baja, ni gruesa ni delgada. Era únicamente una mujer en cuya cara se podía leer una profunda pena aunque no lloraba ni la exteriorizaba de forma consciente. Y abrazada a sus piernas una niña pequeña, tal vez de cinco o seis años de edad. Estaba, como digo, abrazada a las piernas de su madre y con la carita vuelta hacia ese montón de pájaros de mal agüero que éramos los que allí estábamos presentes. Sonreí a la pequeña y le guiñé un ojo a lo que respondió escondiendo el rostro entre los pliegues de la falda  de su madre. Me quedé mirándola y comprobé como separaba de nuevo la carita y me miraba haciendo mohines y riéndose.
Por la forma de vestir, por el cansancio que denotaba (nada agota más el cuerpo y el alma que la incertidumbre sobre el paradero del algún ser querido desaparecido en la mar) y por su aspecto supuse enseguida que era la esposa del marinero desaparecido en el naufragio. Y  no me equivoqué. De haberse tratado de cualquier otra mujer, podría pensarse que estaba fuera de lugar  en aquel vestíbulo y con aquellos personajes allí presentes. Pero no, ella no estaba fuera de lugar allí. Por encima de la tristeza, del cansancio, de la pena y mucho más allá de aquellas ropas humildes que vestía, había en aquella mujer algo que ahora no podría definir pero que con toda seguridad a mí me hacía sentir la superioridad moral de aquella persona sobre nosotros. Ignoraba el porqué, pero lo cierto era que aquella persona prevalecía sobre todos nosotros.
Un ruido me sacó de mis pensamientos. Era la puerta del despacho del consejero delegado de la empresa armadora a quien esperábamos desde hacía rato. Este caballero hizo una salida un tanto teatral e ignorándonos de forma deliberada, para que pudiéramos comprobar lo buena persona que era, se encaminó hacia el rincón en el que se encontraba la esposa del náufrago al tiempo que le decía con voz engolada:
-          No te preocupes (con ese tuteo obsceno que algunos empresarios andaluces usan cuando se dirigen a sus subordinados y que en esta ocasión era de todo menos apropiado. Una mujer sola en esas circunstancias ha de ser tratada con la más absoluta cortesía y respeto). No te preocupes, repitió, Salvamento Marítimo está buscando a tu marido y me han dicho que el helicóptero Helimer….
-          ¡Oiga! – le espetó aquella mujer con su marcadísimo acento gallego sin dejarle terminar la frase – ¡Déjeme de salvamento marítimo y haga el favor  de arreglarme los papeles. Mi marido ha muerto y yo tengo que criar a mi hija!
Y mientras hablaba sus ojos bajaron hacia sus piernas a las que todavía se abrazaba su pequeña. La pena desapareció de sus ojos. Yo nunca había visto tanto amor, tanta ternura en una mirada como en la que aquella mujer, dura como la madera de guayacán, dedicó a su niña.
El armador se quedó sin poder articular palabra. Silencioso volvió  a su despacho y dejó abierta la puerta para que fuéramos entrando. A mí se me hizo un nudo en la garganta. Estaba casi paralizado, fascinado con aquella mujer. ¡Qué admirable!. ¡Qué pequeños nos sentimos todos en su presencia!. Me atrevo a decir que incluso sentí envidia del tiempo que aquel pobre marinero tragado por el mar pasó en compañía de aquella mujer excepcional.

¿Sabéis?. Aquella fue una de las investigaciones más duras que he hecho en mi vida profesional. Me explico. De los seis oficiales del Teide cuatro habían estudiado la carrera conmigo, incluyendo al capitán. Y con dos de ellos me unía una gran amistad. Y tuve que interrogarlos durante interminable sesiones, a uno de ellos incluso en el Hospital Clínico de Málaga en el que se recuperaba de sus heridas. Mi celo profesional casi me cuesta su amistad lo cual me entristeció mucho. A veces soy muy cabrón, he de admitirlo. Como me dijo alguien muy querido recientemente, los hombres somos muy pobres,  demasiado pobres como para ir cortando relaciones, como para ir perdiendo amigos en la vida.
A finales de aquel mes de agosto, caluroso, áspero, agotador me encontraba encerrado en mi despacho cerrando el informe pericial cuando sonó el teléfono:
-          ¿Diga?
-          Echegoyen soy Ramírez. – Ramírez era el ejecutivo de la compañía que llevaba el caso- ¿Cómo llevas el informe del Teide?
-          Lo estoy terminando. Os toca pagar una pasta.
-          Si pero vamos a recobrar en Londres casi el 80% de la indemnización. Los arbitrajes van por ahí. Creo que todos hemos hecho un buen trabajo en este caso.
-          Si la verdad es que sí.
-          Oye te tengo que hacer otro encargo profesional.
-          Dime –contesté algo extrañado-
-          El marinero muerto. En realidad está desaparecido y ya conoces el funcionamiento de la ley en estos casos.
-          Claro que sí –admití con creciente interés- A mi mente volvió la imagen de aquella maravillosa mujer gallega y de su hija.
-          ¿Tú podrías hacer un informe técnico en el que se demuestre más allá de cualquier duda razonable que este chico falleció en la colisión y que quedó atrapado entre los hierros del buque?
-          Joder Ramírez,  pues claro que puedo.
-          Lo sabía. Así al menos la mutua y la compañía pueden ir adelantando a la viuda las indemnizaciones privadas que le correspondan. Hasta que se oficialmente sea declarada viuda.
-          No te preocupes, lo voy a bordar. Tenemos las declaraciones de los tripulantes de ambos barcos y además está el video que los marineros del portacontenedores tomaron. Lo único que tengo hacer es montarlo y coordinarlo todo.
-          Este verano te vas a forrar, cabrón.
-          ¿Cómo?
-          Entre la minuta que nos vas a pasar por el hundimiento del Teide y por el informe  del marinero que murió te vamos a arreglar económicamente el año.
-          Verás Ramírez, por el informe del hundimiento te voy a pasar una minuta que se va a cagar la perra después del veranito que me habéis dado. Pero el otro, el del marinero desaparecido, ese corre de mi cuenta. Es gratis.
-          Qué rarito eres, coño.
-          Que te follen Ramírez.
Ramírez, un buen amigo también, soltó una sonora carcajada al tiempo que colgaba el teléfono. Archivé en la memoria del procesador de textos el informe del hundimiento y redacté durante horas el nuevo informe que me habían requerido. Como antes dije, el recuerdo de aquella mujer y el de los ojos de su pequeña iluminaron mi alma durante aquella larga noche de trabajo. Su recuerdo todavía me emociona. Dios las bendiga donde quiera que estén.

Epílogo:
Alfredo Estrella (en esta ocasión el nombre es auténtico) era el capitán del Teide. Alfredo, melillense de pro, es un tipo bastante curioso, algo raro, algo excéntrico. Y uno de los mejores marinos que he conocido en mi vida.
Alfredo se encontraba durmiendo en su camarote cuando se produjo la colisión. El brutal impacto lo lanzó desde su litera contra un mamparo y quedó tirado en cubierta semiinconsciente durante unos instantes. Cuando consiguió abrir la puerta de su camarote, herido y prácticamente desnudo, ordenó a su tripulación que abandonaran el buque. El se quedó a bordo para intentar salvar al camarero y al marinero desaparecido. Consiguió sacar al camarero, no así al marinero y cuando estaba a punto de saltar por la borda la succión del barco lo arrastró hacia el fondo marino. Tuvo la gran suerte de que una enorme burbuja de aire procedente del interior del barco que se hundía le hizo de nuevo alcanzar la superficie.
Alfredo recibió por su comportamiento la Gran Cruz del Mérito Civil. Se la concedieron justo unos días después de haber sido despedido de la naviera por el asunto del Teide. Por eso estas putas historias del mar son historias oscuras.

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