Hacíamos en el colegio un
periódico (malo, malísimo de cojones) pero que nos permitía disfrutar de algunos privilegios.
Ocupábamos en la planta baja camino de la enfermería, más allá de la sala de
profesores y junto al bar que éstos tenían , una pequeña habitación en la que
entre otras cosas había unos viejos sillones, un par de sillas, una máquina de
escribir, un tocadiscos , dos sillas, un ajedrez y una garrafa de vino blanco peleón que había
sobrado de la Semana Cultural aquella que organizaban en el colegio y con la
que de vez en cuando nos poníamos bien. Allí nos solíamos reunir mis amigos
Juan Carlos Azuaga que aparte de pelirrojo era más rojo que la Pasionaria,
Alfonso Pardo, Cristóbal Fernández (el perote), Javier Román, yo mismo y algún
que otro compañero más. Nos lo pasábamos bien. Jugábamos al ajedrez (al menos
movíamos las piezas) y de cuando en cuando aparecían por allí para charlar
o echarnos la bronca don Alejandro, don Ángel Pérez o don Santos que
se sentaba frente al tablero de ajedrez y nos pegaba a Javier Román y a mí las
mayores tundas que nos habían dado en la vida
Y también, cómo no, teníamos
nuestros enemigos. Había un chaval de Sevilla que de cuando en cuando se pasaba
por el periódico y que era bastante rarito (a mi me ponía los pelos de punta).
El tipo presumía de ser nazi lo cual a
mi querido Azuaga (que mira que era rojo y maniático el cabrón) le servía como
excusa para sacudirle sin piedad cada vez que podía. Tras una de aquellas visitas el chaval, que se iba calentito, juró que nos iba a poner una
bomba en el periódico. La verdad es que no le hicimos mucho caso hasta que una
noche de domingo de abril de 1980, tras una visita a su casa, el pavo apareció
en el periódico después de cenar con una especie de cartucho de color rojo del
cual colgaba un cordón con una anilla. Aquello era una bengala de señales de
las que se utilizan en el mar. Su padre era marino mercante. Pero para nosotros
tenía toda la pinta de una bomba. Recuerdo que el muy cabrón tiró de la anilla
y del cilindro brotó un chorro de llamas de color rojo de más de un metro de
largo. Yo que contemplaba la escena desde la puerta del baño de la habitación
pude salir corriendo al pasillo pero Azuaga, Pardo y otro compañero (creo
recordar que Conejo) se tiraron de cabeza debajo de la mesa. ¡Vaya susto! Me
volví a mirar desde el pasillo y pude comprobar que por la puerta salía un
intenso resplandor rojizo y se oían los gritos de Azuaga y de Pardo maldiciendo
al nazi y llamándole de todo.
Cuando la bengala se apagó, aquel
cabroncete comenzó a reírse a carcajadas de Azuaga y de los otros dos que se
amontonaban bajo la mesa. La verdad es que la escena era bastante cómica.
Pensaba que estábamos tan asustados que no le íbamos a hacer nada. Qué
equivocado estaba. Cuando vio la mirada de Azuaga mientras se incorporaba el
sevillano se dio cuenta de que lo mejor en aquella situación era poner los pies
en polvorosa así que salió disparado de la habitación. Con lo que no contaba
era con la pequeña multitud de chavales que le cortaba el paso y que se arremolinaba en el pasillo al ver el resplandor rojo y oír
los gritos. El pobre chaval de un salto se metió en uno de los aseos que había
en el pasillo y se hizo fuerte allí con el viejo truco de apoyar la espalda en
la pared y los pies en la puerta. No había quien la abriera. Azuaga con un
cabreo de esos que hacen época se volvió hacia mí y me gritó:
-
¡¡Trae el Varón Dandy coñooooo!!
¿Os acordáis del desodorante que
vendían en el colegio? Pues eso. A grandes males grandes remedios. Si apretabas
el pulverizador y ponías delante un mechero tenías un pequeño lanzallamas que consumía con gran rapidez el oxígeno y dejaba
una atmósfera irrespirable con un desagradable olor a azufre. Azuaga accionó el
pulverizador del desodorante por debajo de la abertura existente entre la
puerta y el suelo y bueno………….Lo último que se oyó antes de que el nazi se
desplomara fue:
-
¡¡¡cabroooones!!!
Luego un sonoro CLONCK , cuando
el chaval se golpeó la cabeza con el retrete. Pero no le pasó nada. Cuando sí
le pasó fue cuando lo metimos en la bañera del servicio del periódico tras
haberlo arrastrado por el pasillo entre unos cuantos. Pero mejor corramos un
piadoso velo. La verdad es que nunca volvió por el periódico.
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