Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

miércoles, 14 de marzo de 2012

La Bomba


Hacíamos en el colegio un periódico (malo, malísimo de cojones) pero que nos  permitía disfrutar de algunos privilegios. Ocupábamos en la planta baja camino de la enfermería, más allá de la sala de profesores y junto al bar que éstos tenían , una pequeña habitación en la que entre otras cosas había unos viejos sillones, un par de sillas, una máquina de escribir, un tocadiscos , dos sillas, un ajedrez  y una garrafa de vino blanco peleón que había sobrado de la Semana Cultural aquella que organizaban en el colegio y con la que de vez en cuando nos poníamos bien. Allí nos solíamos reunir mis amigos Juan Carlos Azuaga que aparte de pelirrojo era más rojo que la Pasionaria, Alfonso Pardo, Cristóbal Fernández (el perote), Javier Román, yo mismo y algún que otro compañero más. Nos lo pasábamos bien. Jugábamos al ajedrez (al menos movíamos las piezas) y de cuando en cuando aparecían por allí para charlar o  echarnos la bronca don  Alejandro, don Ángel Pérez o don Santos que se sentaba frente al tablero de ajedrez y nos pegaba a Javier Román y a mí las mayores tundas que nos habían dado en la vida
Y también, cómo no, teníamos nuestros enemigos. Había un chaval de Sevilla que de cuando en cuando se pasaba por el periódico y que era bastante rarito (a mi me ponía los pelos de punta). El tipo  presumía de ser nazi lo cual a mi querido Azuaga (que mira que era rojo y maniático el cabrón) le servía como excusa para sacudirle sin piedad cada vez que podía. Tras una de aquellas visitas  el chaval, que se  iba calentito, juró que nos iba a poner una bomba en el periódico. La verdad es que no le hicimos mucho caso hasta que una noche de domingo de abril de 1980, tras una visita a su casa, el pavo apareció en el periódico después de cenar con una especie de cartucho de color rojo del cual colgaba un cordón con una anilla. Aquello era una bengala de señales de las que se utilizan en el mar. Su padre era marino mercante. Pero para nosotros tenía toda la pinta de una bomba. Recuerdo que el muy cabrón tiró de la anilla y del cilindro brotó un chorro de llamas de color rojo de más de un metro de largo. Yo que contemplaba la escena desde la puerta del baño de la habitación pude salir corriendo al pasillo pero Azuaga, Pardo y otro compañero (creo recordar que Conejo) se tiraron de cabeza debajo de la mesa. ¡Vaya susto! Me volví a mirar desde el pasillo y pude comprobar que por la puerta salía un intenso resplandor rojizo y se oían los gritos de Azuaga y de Pardo maldiciendo al nazi y llamándole de todo.
Cuando la bengala se apagó, aquel cabroncete comenzó a reírse a carcajadas de Azuaga y de los otros dos que se amontonaban bajo la mesa. La verdad es que la escena era bastante cómica. Pensaba que estábamos tan asustados que no le íbamos a hacer nada. Qué equivocado estaba. Cuando vio la mirada de Azuaga mientras se incorporaba el sevillano se dio cuenta de que lo mejor en aquella situación era poner los pies en polvorosa así que salió disparado de la habitación. Con lo que no contaba era con la pequeña multitud de chavales que le cortaba el paso  y que se arremolinaba  en el pasillo al ver el resplandor rojo y oír los gritos. El pobre chaval de un salto se metió en uno de los aseos que había en el pasillo y se hizo fuerte allí con el viejo truco de apoyar la espalda en la pared y los pies en la puerta. No había quien la abriera. Azuaga con un cabreo de esos que hacen época se volvió hacia mí y me gritó:
-          ¡¡Trae el Varón Dandy coñooooo!!
¿Os acordáis del desodorante que vendían en el colegio? Pues eso. A grandes males grandes remedios. Si apretabas el pulverizador y ponías delante un mechero tenías un pequeño lanzallamas que  consumía con gran rapidez el oxígeno y dejaba una atmósfera irrespirable con un desagradable olor a azufre. Azuaga accionó el pulverizador del desodorante por debajo de la abertura existente entre la puerta y el suelo y bueno………….Lo último que se oyó antes de que el nazi se desplomara fue:
-          ¡¡¡cabroooones!!!
Luego un sonoro CLONCK , cuando el chaval se golpeó la cabeza con el retrete. Pero no le pasó nada. Cuando sí le pasó fue cuando lo metimos en la bañera del servicio del periódico tras haberlo arrastrado por el pasillo entre unos cuantos. Pero mejor corramos un piadoso velo. La verdad es que nunca volvió por el periódico.

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