Miedo. Primer recuerdo de Campillos.-
Desde aquella fría tarde en la entré en el colegio hace ya treinta y
ocho años, he asociado el color blanco
con el mes de enero. No por la nieve. ¡qué disparate! De esa tenemos poca en
Málaga. Mientras miraba por las ventanillas del coche de mi padre en el que nos
dirigíamos a Campillos pude comprobar que los almendros estaban floreciendo.
Los cerros y barranqueras que flanqueaban aquella carretera recién inaugurada y
que pomposamente denominaban “Nuevo Acceso a Málaga”, estaban
alfombrados de almendros en flor que conferían al paisaje un inusual tono
blanquecino. Tenía once años y supongo que hasta entonces no me había fijado en
que los almendros aquí florecen en enero. Yo era un niño un tanto especial.
Cuando me encontraba en una situación que me incomodaba practicaba un extraño juego mental que me abstraía de la realidad y que consistía en fijarme mucho en los detalles que llamaban
mi atención y almacenarlos en la memoria como pequeños
tesoros que recuperaba de cuando en cuando. Aquella tarde sentía a mis padres
que iban en el asiento delantero del coche a mil kilómetros de distancia y tenía
especiales motivos para fijarme en cosas que en otras ocasiones me hubieran pasado desapercibidas. Dios, ¡qué
miedo tenía! Me llevaban interno a Campillos, el internado con peor fama de
España. El lugar al que iban los malos estudiantes y los niños malos y en el
cual, según se decía, los profesores tenían permiso para castigarte o incluso
para pegarte a la más mínima infracción.
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