La semana pasada me llevé una gran satisfacción. Encontré en
una subasta la foto del trasatlántico español Príncipe de Asturias que estáis
viendo. Ahí lo tenéis, el “Titanic” español. El barco que en otro tiempo fuera orgullo de la Marina Mercante Española
aparece fotografiado en el puerto de Málaga nada más entrar en servicio, en
1914 justo antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. En la foto luce espléndido, limpio, de
elegantes líneas y se pueden ver en cubierta a algunos pasajeros y tripulantes.
Ninguno de ellos podría imaginar que ese precioso y aparentemente seguro buque
yacería destrozado en el fondo del mar apenas año y medio después. El Príncipe
de Asturias se hundió en la madrugada
del cinco de marzo de 1916 al chocar contra un arrecife sumergido en las
proximidades de la Isla de San Sebastián al norte de Santos (Brasíl) llevándose
consigo la vida de más de 600 personas según han demostrado las últimas investigaciones
(la cifra, digamos oficial, que se dio en su día hablaba de 445 muertos). Pero
no es su naufragio lo que os voy a
contar aprovechando la aparición de esta
maravillosa foto. Si alguno está interesado en conocer su historia la podéis
encontrar en mi web naufragios.es . No, de lo que os voy hablar es de los tesoros que presuntamente
transportaba y de lo gilipollas que pueden ser algunos individuos cuando se dice que determinado
buque transportaba oro, joyas o cualquier otro tipo de riquezas.
A lo largo de mi vida profesional
he tenido la oportunidad de trabajar con varios buscadores de tesoros. Sobre
todo norteamericanos. Yo clasifico a los buscadores de tesoros en dos tipos;
los norteamericanos y los europeos. Los primeros son unos tipos poco sofisticados,
guasones, bastante incultos y tienen una gran virtud, al menos a mi
parecer: no ocultan que en realidad su
intención cuando buscan riquezas en el fondo del mar es hacerse ricos y por
supuesto no insultan tu inteligencia haciéndote creer que están buceando para
recuperar no se qué historia perdida. A ellos el hecho cultural
se la trae floja. Nunca me olvidaré del comentario que me hizo un buscador de
tesoros al que había contratado como buzo en mi segunda expedición para
investigar los restos del Valbanera. Billy,
(así se llamaba, Billy Dean), me comentó mientras navegábamos hacia el
pecio del Valbanera (que está muy cerquita del lugar en el que se encontró el
fabuloso tesoro del Nuestra Señora de Atocha):
-
¿Collares de esmeraldas o joyas valiosas?¿Y qué
hago con ellas?¿Me las como?. No
Fernando. Yo lo que quiero encontrar son barras de plata y lingotes de oro para
fundirlos. ¡¡¡Eso sí que es dinero!!!
Los buscadores de tesoros
europeos son mucho más siniestros. Intentan revestir su actividad rapaz e ilícita de una dignidad
académica inexistente. Atentan sin el menor pudor contra el patrimonio
arqueológico sumergido (otro día os contaré algunas historias para no dormir) y
obtienen pingües beneficios vendiendo de forma ilícita todo aquello que de igual
modo han recuperado. Hay incluso un italiano residente en España que pretende
crear una ONG que se dedique a recuperar el oro de los galeones para obras
benéficas destinadas a la infancia de los países tercermundistas. ¡Tócate los
cojones! . Lo que no dice este individuo (asiduo de Canal SUR y otras emisoras)
y a quien conozco hace algunos años, que recientemente ha sido detenido por la
Guardia Civil por delitos contra el patrimonio. En fin ……….
Del Príncipe de Asturias siempre
se dijo que llevaba en sus bodegas grandes tesoros. Como vapor correo oficial
podía transportar en sus bodegas oro en lingotes destinado a pagar las
exportaciones de alimentos argentinos a España. Se habló de un pretendido
tesoro destinado nada menos que a ¡¡Pancho Villa!!. O de las joyas y efectos
personales de los muchos pasajeros ricos que en el buque viajaban y que allí
perdieron sus vidas.
En realidad la carga que
transportaba el buque estaba compuesta por vinos andaluces, telas catalanas y
un cargamento de lingotes de hierro, estaño y cobre. Y por 20
esculturas de bronce de casi una tonelada de peso cada una embaladas en
grandes cajas de madera. Es una historia muy curiosa. A principios de siglo, la
colonia española en Argentina para conmemorar el centenario de la independencia,
decidió donar a la ciudad de Buenos Aires un gran monumento que recibiría el
nombre de La Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas. El escultor español
Agustín Querol fue el encargado de realizar el proyecto. Cuando éste se
encontraba aún en fase de modelado Querol falleció. El trabajo sería continuado
por otro escultor de renombre, Cipriano Folgueras quien también moriría poco
después. Afortunadamente antes de fallecer Folgueras consiguió finalizar los
moldes por lo que las esculturas pudieron ser fundidas. Las últimas 20 fueron embarcadas a bordo del Príncipe de
Asturias en su último viaje. Y como el gran barco, en el fondo del mar
acabaron. El monumento quedó inconcluso.
En 1992 hubo un proyecto para
sacar las esculturas del fondo del Atlántico y finalizar el monumento.
Voladuras en el casco del pecio, mucha publicidad y lo único que se recuperó
fue una de las esculturas partida en varios trozos. ¿Dónde estaban las
restantes 19? Después de la Segunda Guerra mundial, un conocido chatarrero
brasileño junto con algunos financieros europeos recuperaron gran cantidad de chatarra del lugar del
naufragio. Y una de las grandes hélices de bronce fosforado del trasatlántico.
Nada más que con la venta de esa hélice para ser fundida se amortizaba parte de
la operación de extracción de restos. ¿Pero era chatarra lo único que
buscaban?. No, desde luego que no. Por la forma en la que se realizaron las
voladuras y las zonas que volaron está más que claro que lo que iban buscando
aquel atajo de imbéciles era el dichoso oro y las joyas de los pasajeros ricos.
Y al parecer no encontraron casi nada. Lo que sí apareció fueron las famosas
estatuas de Querol y Folgueras. Y tal y como salieron fueron vendidas como
bronce a un chatarrero que, al parecer, pudo fundirlas y llevarse alguna perras en su
reventa. Un lince era el tío.
Entre 2005 y 2007 trabajé como
documentalista y asesor técnico de la editorial brasileña Magma Cultural en la
edición de un gran libro sobre el naufragio titulado “Príncipe de Asturias,
Misterio en las Profundidades”. Se publicó en Brasil en el año 2008 con gran
éxito. Durante aquel apasionante trabajo conocí a un experto norteamericano en
antigüedades y temas museísticos que me comentó que le había llamado la
atención la gran calidad de la escultura que se conserva en Brasil y que fue
recuperada en 1992.
-
¿Sabes? – me dijo- Por su calidad artística, por
su antigüedad y por proceder de un naufragio histórico cada una de esas
esculturas valdría hoy en los Estados Unidos entre 350.000 y 400.000 dólares
Creo que
estuve una semana entera descojonándome. Aquellos golfos, aquel atajo de
avariciosos ignorantes habían quemado en una fundición de bronce casi 6
millones de euros ( 1.000 millones de pesetas) mientras perseguían una quimera
entre los restos podridos del Príncipe de Asturias.
Por estos
motivos siento tanto desprecio por los
buscadores de tesoros. Que no os engañen. Todos ellos son despreciables. Cuando
veáis a alguien en los medios hablando de tesoros sumergidos, de historias
perdidas y de la aventura del mar
desconfiad. La única aventura que de verdad les pone a estos golfos es ver cómo
crecen sus cuentas corrientes.
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