Sé que a veces soy un poco frío, me cuesta la vida misma exteriorizar mis emociones. Una buena amiga me descubrió que es esa la razón por la que escribo. Pongo en negro sobre blanco mis sentimientos, lo que a veces de otra forma no sé o no puedo expresar. Siempre que algún acontecimiento me agrada o me desagrada de forma significativa y me toca el corazón acabo sentado con un montón de notas emborronadas de forma apresurada y con la pantalla en blanco de mi ordenador esperado a que vomite sobre ella todas esas ideas aparentemente inconexas que me atormentan y que finalmente se configuran en forma de una casi confesión. (Huérfanos de Campillos)

miércoles, 14 de marzo de 2012

Homenaje a don José Macías.


Discurso que escribí en nombre de los alumnos como homenaje a don José Macías García, fundador del Colegio San José.



Querido don José, querida familia Macías García. Señor director del colegio San José de Campillos, compañeros, antiguo personal del centro y amigos asistentes a este acto:

Hará un par de años comenzaron a aparecer por internet, en las redes sociales y más concretamente en FACEBOOK, una serie de grupos constituidos por antiguos alumnos del colegio San José. En principio eran muy pocas las personas que se sumaban a los grupos y casi parecía que el número de participantes no iba a crecer nunca, los grupos se estancaban. Como dijo un compañero en uno de los foros: la vida nos había dispersado demasiado, lo cual no era nada  inusual   si tenemos en cuenta que éramos chavales de internado. Muchachos  que procedíamos de los más variados puntos de la geografía nacional y que éramos internados en el centro por los más diversos motivos. Miles de chicos que,  a lo largo de muchas décadas, pasamos por los dos colegios, el viejo y este en el que ahora nos encontramos y que por aquel entonces, hace ya más de treinta y cinco años, llamábamos el colegio nuevo.
Pero poco a poco, y a pesar de los pronósticos negativos, los grupos fueron creciendo hasta el punto de que el más numeroso cuenta hoy con más de 600 miembros. ¡Qué cosa tan curiosa don José! Cientos de personas diseminadas por todo el territorio nacional, muchas incluso por el extranjero, y que gracias a las nuevas tecnologías se reúnen, se reencuentran para compartir viejas vivencias, para recuperar  recuerdos sepultados bajo los opacos velos de la memoria lejana, del tiempo pasado, para atisbar de nuevo aquella primera simpatía, aquel  esplendor en la hierba como lo definió William Woodsworth en su célebre poema,  aquella juventud de la cual todos dejamos algo entre los muros de este colegio. Ha sido muy interesante observar la evolución de esos grupos de la red social. Había personas que se unían a las distintas comunidades con auténtica vehemencia. Nada más entrar en el grupo, comenzaban a exhibir fotos, documentos, recuerdos del colegio a la vez que buscaban entre las listas  de antiguos alumnos  a sus amigos de infancia y juventud, a viejos compañeros de fatigas o bien preguntaban por ellos insistentemente. Se publicaban, se siguen publicando,    en los muros de los grupos de la red social anécdotas del colegio, chismes, cuentos, recuerdos variopintos muchas veces distorsionados por su lejanía en el tiempo, pero valiosos en todo caso como testimonio, como parte de la memoria de alguien que dejó en el colegio unos cuantos años de su vida. En los foros se discute sobre quién era el profesor más simpático o quién el más antipático. La mejor o peor comida. Cualquier tema relacionado con el colegio es bueno para debatir, para mantener viva la llama de la memoria. Incluso se ha publicado un libro sobre el colegio. Mi amigo Julio Gómez ha compartido con todos nosotros sus vivencias en el colegio viejo de hace ya una buena porción de años. Su libro ha sido un acicate para que todo este reencuentro con nuestro pasado se mantenga en el tiempo y se prolongue durante muchos meses  y nos ha enseñado que todos los chavales que en aquella época estábamos internos en el colegio, teníamos los mismos sentimientos y que  veíamos la vida de igual manera. Resumiendo, y créanme,  no bromeo, que el hecho de haber estado interno en Campillos, en el colegio San José, se ha puesto de moda.
De corazón le aseguro, mi querido don José, que si hace treinta y ocho años, cuando yo ingresé en el colegio viejo a la  edad de 11 añitos, alguien me hubiera dicho que el estar en Campillos se iba a poner de moda, o bien hubiera salido corriendo pensando que el tipo estaba majara o bien le hubiera dicho cualquier disparate de aquellos que decíamos los chavales de entonces en el colegio. No, nunca lo hubiera imaginado. Al igual que tampoco hubiera imaginado (sobre todo teniendo en cuenta el respeto que usted nos imponía) que cuando esa primera curiosidad de la que antes le hablaba en relación con el reencuentro con el colegio en la red social quedaba satisfecha, surgía en la mayor parte de las ocasiones la misma pregunta que le repito con el mayor de los respetos y con todo cariño tal y cómo era formulada:
-          Oye, ¿Y qué fue del Pepe?. ¿Dónde está  don José Macías?
No puede usted hacerse una idea de lo peregrino de las respuestas que se dieron por internet acerca de dónde se encontraba ni de las veces que tuvimos que traerlo de nuevo al mundo de los vivos quienes sabíamos algo acerca de su paradero. En mi caso no fue difícil porque siempre tuve alguna noticia sobre usted por amigos comunes de este pueblo al que tanto cariño tengo.  
Llegó el otoño de 2010 y los reencuentros de alumnos de diversos grupos se fueron sucediendo y en todos ellos y de forma espontánea e inconexa se propuso la misma idea: tenemos que localizar a don José Macías y reunirnos con él para rendirle un homenaje. Y fue el 29 de enero de este año cuando la idea comenzó a materializarse durante la presentación del libro de Julio aquí en Campillos. José Manuel Aguilar, que fue alumno y profesor en el colegio me presentó a Cristóbal Bermudo y a Cesáreo Díaz, dos  alumnos de una promoción anterior a la mía y que llevaban ya algún tiempo intentando promover este homenaje. De hecho ellos dos, Cristóbal y Cesáreo, han sido los  verdaderos promotores del mismo, permítame que lo reseñe. Y fue dicho y hecho. Nos pusimos a trabajar y el resultado lo están ustedes contemplando ahora.
Acepté de buen grado escribir estas líneas que ahora les estoy leyendo aunque no sin cierto grado de preocupación.  De inmediato pensé: pero bueno, ¿qué le voy a decir yo a don José Macías que él no sepa?. Tras meditarlo largamente y esperar también largas horas ante la pantalla en blanco de mi ordenador a que me llegara la inspiración tomé una decisión: Hablaré a don José de lo que fue mi percepción de su labor con nosotros en el  colegio que es prácticamente la misma que tuvimos casi todos los muchachos que aquí estudiamos. Lo que su trabajo, el de usted y de sus hermanos, significó para nosotros, sus alumnos. Enumerarle sus muchos méritos y logros académicos, empresariales y humanos no tendría mucho sentido. Usted los conoce, todos nosotros los conocemos perfectamente. Además soy consciente de que no le iba a gustar nada. Durante los años que estuve en el colegio, una de las cosas que más me llamaba la atención de usted era la poca gracia que le hacían  los halagos.
Según he ido cumpliendo años, me he dado cuenta de que, a la postre, el alma de los hombres  se sustenta en tres pilares básicos: en nuestros recuerdos, nuestra dignidad y nuestra gratitud hacia las personas que por nosotros algo hicieron. Recuerdos, dignidad, gratitud, vitales cuestiones de las que, si usted me lo permite  mi querido don José,  le hablaré desde el punto de vista, desde la humilde óptica de un alumno de Campillos.
Usted y sus hermanos crearon un colegio que hoy por hoy se ha convertido en una leyenda que vive en la mente y en los corazones de los miles de chavales, hoy hombres, que por aquí pasamos. Esa leyenda de su colegio, de nuestro colegio San José está compuesta por  recuerdos de una época, que no fue ni peor ni mejor que otras épocas, es una falacia eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero en todo caso fue nuestra época escolar y tenemos derecho a rememorarla, a convivir con ella en forma de recuerdos deslavazados, inconexos a la vez que entrañables. Recuerdos, percepciones del tiempo pasado, retazos de tiempo que retenemos en nuestras mentes. Escribió  Benjamín Franklin que, el tiempo, es la sustancia de la que está hecha la vida. Por ello, esos recuerdos son en realidad porciones de nuestra vida que nos acompañan o deberían acompañarnos y que de cuando en cuando recuperamos con actos como el que nos ocupa y que nos sirven, entre otras cosas, para apreciar las enseñanzas que aquí adquirimos gracias a usted don José, a sus hermanos y al magnífico cuadro de profesionales, docentes y no docentes, del colegio San José de Campillos.
De usted y de  esos docentes y accidentales cuidadores aprendimos mucho. Porque verá usted mi querido don José, hay un hecho académico en sí, un sistema educativo que usted inventó para nosotros, chicos difíciles, malos estudiantes (al menos los internos)  y que nos permitió hacer un buen bachillerato, nos dio una más que aceptable educación académica y cultura general. Entiendo que ese era el primordial objetivo del colegio y el mayor deseo de nuestros padres. Pero es que aparte, merced a su ejemplo y a su trabajo discreto casi sigiloso,  aprendimos mucho de esos elementos esenciales sobre los que sustenta  el alma de los hombres. No es que fuéramos demonios, (tampoco ángeles, ¡con lo gallitos que éramos!) pero sí chicos que necesitaban una orientación educativa firme. Aquella firmeza,  aquella disciplina, aquellos   fines de semana castigados en el colegio desde muy jóvenes  fueron forjando el carácter de aquellos pipiolos puñeteros que éramos, enseñándonos en qué consistía la hombría y confiriéndonos esa dignidad de la que hablamos y que nos permitió, cuando dejamos el colegio,  enseñar con la cabeza muy alta a todo aquel que quiso mirar, la pasta de la que estábamos hechos los niños del colegio San José de Campillos. Usted don José, con su continua presencia en el colegio, desde por la mañana cuando nos levantábamos hasta por la noche cuando acostábamos, incluso en aquellas larguísimas tardes de sábado castigados, nos mostró cual era el camino y que la hombría y la dignidad en los hombres se forjan con la aceptación de las consecuencias de nuestros errores y de nuestras transgresiones.
Lo anteriormente expuesto es tanto aplicable a los alumnos internos como a los externos. Pero es que además en el caso de los alumnos externos, su colegio y su sistema educativo permitió que centenares de niños del pueblo de Campillos a lo largo de varias generaciones tuvieran de forma gratuita una educación de élite, a la que de otra forma no hubieran podido acceder y que les permitió continuar con éxito sus estudios superiores en muchas de las universidades españolas.
Son otras muchas las enseñanzas no académicas que nos enriquecieron gracias a este colegio, proyecto vital suyo y de sus hermanos. Aquí aprendimos lo que era el compañerismo, la amistad (nunca he tenido amigos como los que hice aquí siendo un chaval y que hoy por hoy son mis hermanos). Aquí tuvimos la suerte de tener un cuadro de profesores que aparte de impartirnos sus asignaturas con esmero y dedicación, abrieron nuestros ojos al mundo contagiándonos, tal vez de forma involuntaria, de  su pasión  por la música, la literatura, el deporte, el cine, la naturaleza  y otras muchas cuestiones y disciplinas que nos ha acompañado el resto de nuestras vidas.
Y por fin y para terminar don José, permítame que le hable de la gratitud, o mejor dicho, permítame transmitirle nuestra gratitud, el tercer pilar  sobre el que, en mi modesta opinión, se sustenta el alma de los hombres y probablemente el más importante. Y digo que es el más importante porque creo  firmemente que la grandeza del corazón de un hombre puede medirse en función de  la gratitud que es capaz de sentir o de manifestar hacia a todas aquellas personas que por él algo hicieron a lo largo de su vida. Por mis compañeros y por mí fue mucho lo que usted hizo, créame. Por ello en nombre de todos nosotros, los alumnos del Colegio San José de Campillos, los de ahora y los de antes, los que hoy han venido y los que no han podido venir y también en nombre de aquellos queridos amigos del colegio, que un día fueron nuestros hermanos en estos patios y que como decimos los marinos, largaron amarras para emprender el gran viaje, debo decirlo mi querido don José, gracias.
Gracias por habernos dado una formación académica  que nos ha permitido abrirnos paso en la vida.
Gracias por habernos mostrado el camino y enseñarnos a encauzar nuestras vidas.
Gracias por su ejemplo de dignidad y rectitud y por haber estado siempre ahí en los difíciles, inseguros y difusos tiempos de la adolescencia.
Muchas gracias  querido director.
Muchas gracias querido amigo y sobre todo, muchas gracias querido maestro.

Hasta siempre.




2 comentarios:

  1. Nunca sentí afecto por Pepe Macías, pero tampoco odio. Ya que no está en este mundo, sé que se lamentó después de perder a su mujer, de no haberle dedicado más tiempo de su vida, ya que pasaba casi todo el día en el Colegio. Tampoco me siento agradecido ni orgulloso de haber estudiado allí, lo cual he ocultado siempre. Sin embargo, siempre he sentido afecto por el pueblo de Campillos, que me acogió con calidez en los años en que estuve viviendo allí, externo. 45 años después, lamento haber vuelto solo, un par de veces, y de manera muy fugaz. Vivir en Campillos desde 1969 a 1972, me marcó, pero fueron tiempos muy duros. Los que estudiaron después de 1975, vivieron una experiencia totalmente diferente.

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  2. Don José no tuvo una buena muerte. Sus últimos meses de vida los pasó en una residencia de Málaga a la que fue engañado por sus dos hijas: "no te preocupes papá que cuando tú quieras, si no te gusta, te sacamos de ahí"
    "SACADME DE AQUÍ!!!"
    "Pero, a donde vas a ir papá? a mi casa ni los sueñes"
    "ADONDE YO QUIERO PARA ESO TENGO DINERO"
    "Tú no tienes nada, somos las que disponemos de ese dinero, tu nos distes ese poder..."
    Don José murió en marzo, ocho meses después de entrar en la residencia y hacia ya algunos meses que no sabía ni donde estaba...

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