Discurso que escribí en nombre de los alumnos como homenaje a don José Macías García, fundador del Colegio San José.
Querido don José,
querida familia Macías García. Señor director del colegio San José de
Campillos, compañeros, antiguo personal del centro y amigos asistentes a este
acto:
Hará un par de años
comenzaron a aparecer por internet, en las redes sociales y más concretamente
en FACEBOOK, una serie de grupos constituidos por antiguos alumnos del colegio
San José. En principio eran muy pocas las personas que se sumaban a los grupos
y casi parecía que el número de participantes no iba a crecer nunca, los grupos
se estancaban. Como dijo un compañero en uno de los foros: la vida nos había
dispersado demasiado, lo cual no era nada
inusual si tenemos en cuenta que
éramos chavales de internado. Muchachos que procedíamos de los más variados puntos de
la geografía nacional y que éramos internados en el centro por los más diversos
motivos. Miles de chicos que, a lo largo
de muchas décadas, pasamos por los dos colegios, el viejo y este en el que
ahora nos encontramos y que por aquel entonces, hace ya más de treinta y cinco años,
llamábamos el colegio nuevo.
Pero poco a poco, y a
pesar de los pronósticos negativos, los grupos fueron creciendo hasta el punto
de que el más numeroso cuenta hoy con más de 600 miembros. ¡Qué cosa tan
curiosa don José! Cientos de personas diseminadas por todo el territorio
nacional, muchas incluso por el extranjero, y que gracias a las nuevas
tecnologías se reúnen, se reencuentran para compartir viejas vivencias, para
recuperar recuerdos sepultados bajo los
opacos velos de la memoria lejana, del tiempo pasado, para atisbar de nuevo aquella
primera simpatía, aquel esplendor en la
hierba como lo definió William Woodsworth en su célebre poema, aquella juventud de la cual todos dejamos algo
entre los muros de este colegio. Ha sido muy interesante observar la evolución
de esos grupos de la red social. Había personas que se unían a las distintas
comunidades con auténtica vehemencia. Nada más entrar en el grupo, comenzaban a
exhibir fotos, documentos, recuerdos del colegio a la vez que buscaban entre
las listas de antiguos alumnos a sus amigos de infancia y juventud, a viejos
compañeros de fatigas o bien preguntaban por ellos insistentemente. Se
publicaban, se siguen publicando, en
los muros de los grupos de la red social anécdotas del colegio, chismes,
cuentos, recuerdos variopintos muchas veces distorsionados por su lejanía en el
tiempo, pero valiosos en todo caso como testimonio, como parte de la memoria de
alguien que dejó en el colegio unos cuantos años de su vida. En los foros se
discute sobre quién era el profesor más simpático o quién el más antipático. La
mejor o peor comida. Cualquier tema relacionado con el colegio es bueno para
debatir, para mantener viva la llama de la memoria. Incluso se ha publicado un
libro sobre el colegio. Mi amigo Julio Gómez ha compartido con todos nosotros
sus vivencias en el colegio viejo de hace ya una buena porción de años. Su
libro ha sido un acicate para que todo este reencuentro con nuestro pasado se
mantenga en el tiempo y se prolongue durante muchos meses y nos ha enseñado que todos los chavales que
en aquella época estábamos internos en el colegio, teníamos los mismos
sentimientos y que veíamos la vida de
igual manera. Resumiendo, y créanme, no
bromeo, que el hecho de haber estado interno en Campillos, en el colegio San
José, se ha puesto de moda.
De corazón le aseguro,
mi querido don José, que si hace treinta y ocho años, cuando yo ingresé en el
colegio viejo a la edad de 11 añitos,
alguien me hubiera dicho que el estar en Campillos se iba a poner de moda, o
bien hubiera salido corriendo pensando que el tipo estaba majara o bien le
hubiera dicho cualquier disparate de aquellos que decíamos los chavales de
entonces en el colegio. No, nunca lo hubiera imaginado. Al igual que tampoco
hubiera imaginado (sobre todo teniendo en cuenta el respeto que usted nos
imponía) que cuando esa primera curiosidad de la que antes le hablaba en
relación con el reencuentro con el colegio en la red social quedaba satisfecha,
surgía en la mayor parte de las ocasiones la misma pregunta que le repito con
el mayor de los respetos y con todo cariño tal y cómo era formulada:
-
Oye, ¿Y qué fue del Pepe?. ¿Dónde está don José Macías?
No puede usted hacerse
una idea de lo peregrino de las respuestas que se dieron por internet acerca de
dónde se encontraba ni de las veces que tuvimos que traerlo de nuevo al mundo
de los vivos quienes sabíamos algo acerca de su paradero. En mi caso no fue
difícil porque siempre tuve alguna noticia sobre usted por amigos comunes de
este pueblo al que tanto cariño tengo.
Llegó el otoño de 2010
y los reencuentros de alumnos de diversos grupos se fueron sucediendo y en
todos ellos y de forma espontánea e inconexa se propuso la misma idea: tenemos
que localizar a don José Macías y reunirnos con él para rendirle un homenaje. Y
fue el 29 de enero de este año cuando la idea comenzó a materializarse durante
la presentación del libro de Julio aquí en Campillos. José Manuel Aguilar, que
fue alumno y profesor en el colegio me presentó a Cristóbal Bermudo y a Cesáreo
Díaz, dos alumnos de una promoción
anterior a la mía y que llevaban ya algún tiempo intentando promover este
homenaje. De hecho ellos dos, Cristóbal y Cesáreo, han sido los verdaderos promotores del mismo, permítame que
lo reseñe. Y fue dicho y hecho. Nos pusimos a trabajar y el resultado lo están
ustedes contemplando ahora.
Acepté de buen grado
escribir estas líneas que ahora les estoy leyendo aunque no sin cierto grado de
preocupación. De inmediato pensé: pero
bueno, ¿qué le voy a decir yo a don José Macías que él no sepa?. Tras meditarlo
largamente y esperar también largas horas ante la pantalla en blanco de mi
ordenador a que me llegara la inspiración tomé una decisión: Hablaré a don José
de lo que fue mi percepción de su labor con nosotros en el colegio que es prácticamente la misma que
tuvimos casi todos los muchachos que aquí estudiamos. Lo que su trabajo, el de
usted y de sus hermanos, significó para nosotros, sus alumnos. Enumerarle sus
muchos méritos y logros académicos, empresariales y humanos no tendría mucho
sentido. Usted los conoce, todos nosotros los conocemos perfectamente. Además
soy consciente de que no le iba a gustar nada. Durante los años que estuve en
el colegio, una de las cosas que más me llamaba la atención de usted era la
poca gracia que le hacían los halagos.
Según he ido cumpliendo
años, me he dado cuenta de que, a la postre, el alma de los hombres se sustenta en tres pilares básicos: en nuestros
recuerdos, nuestra dignidad y nuestra gratitud hacia las personas que por
nosotros algo hicieron. Recuerdos, dignidad, gratitud, vitales cuestiones de
las que, si usted me lo permite mi
querido don José, le hablaré desde el
punto de vista, desde la humilde óptica de un alumno de Campillos.
Usted y sus hermanos
crearon un colegio que hoy por hoy se ha convertido en una leyenda que vive en
la mente y en los corazones de los miles de chavales, hoy hombres, que por aquí
pasamos. Esa leyenda de su colegio, de nuestro colegio San José está compuesta
por recuerdos de una época, que no fue
ni peor ni mejor que otras épocas, es una falacia eso de que cualquier tiempo
pasado fue mejor. Pero en todo caso fue nuestra época escolar y tenemos derecho
a rememorarla, a convivir con ella en forma de recuerdos deslavazados,
inconexos a la vez que entrañables. Recuerdos, percepciones del tiempo pasado,
retazos de tiempo que retenemos en nuestras mentes. Escribió Benjamín Franklin que, el tiempo, es la
sustancia de la que está hecha la vida. Por ello, esos recuerdos son en
realidad porciones de nuestra vida que nos acompañan o deberían acompañarnos y
que de cuando en cuando recuperamos con actos como el que nos ocupa y que nos
sirven, entre otras cosas, para apreciar las enseñanzas que aquí adquirimos
gracias a usted don José, a sus hermanos y al magnífico cuadro de
profesionales, docentes y no docentes, del colegio San José de Campillos.
De usted y de esos docentes y accidentales cuidadores
aprendimos mucho. Porque verá usted mi querido don José, hay un hecho académico
en sí, un sistema educativo que usted inventó para nosotros, chicos difíciles,
malos estudiantes (al menos los internos) y que nos permitió hacer un buen bachillerato,
nos dio una más que aceptable educación académica y cultura general. Entiendo
que ese era el primordial objetivo del colegio y el mayor deseo de nuestros
padres. Pero es que aparte, merced a su ejemplo y a su trabajo discreto casi
sigiloso, aprendimos mucho de esos elementos
esenciales sobre los que sustenta el
alma de los hombres. No es que fuéramos demonios, (tampoco ángeles, ¡con lo
gallitos que éramos!) pero sí chicos que necesitaban una orientación educativa
firme. Aquella firmeza, aquella
disciplina, aquellos fines de semana castigados en el colegio desde
muy jóvenes fueron forjando el carácter
de aquellos pipiolos puñeteros que éramos, enseñándonos en qué consistía la
hombría y confiriéndonos esa dignidad de la que hablamos y que nos permitió,
cuando dejamos el colegio, enseñar con
la cabeza muy alta a todo aquel que quiso mirar, la pasta de la que estábamos
hechos los niños del colegio San José de Campillos. Usted don José, con su
continua presencia en el colegio, desde por la mañana cuando nos levantábamos
hasta por la noche cuando acostábamos, incluso en aquellas larguísimas tardes
de sábado castigados, nos mostró cual era el camino y que la hombría y la
dignidad en los hombres se forjan con la aceptación de las consecuencias de
nuestros errores y de nuestras transgresiones.
Lo anteriormente
expuesto es tanto aplicable a los alumnos internos como a los externos. Pero es
que además en el caso de los alumnos externos, su colegio y su sistema
educativo permitió que centenares de niños del pueblo de Campillos a lo largo
de varias generaciones tuvieran de forma gratuita una educación de élite, a la
que de otra forma no hubieran podido acceder y que les permitió continuar con
éxito sus estudios superiores en muchas de las universidades españolas.
Son otras muchas las
enseñanzas no académicas que nos enriquecieron gracias a este colegio, proyecto
vital suyo y de sus hermanos. Aquí aprendimos lo que era el compañerismo, la
amistad (nunca he tenido amigos como los que hice aquí siendo un chaval y que
hoy por hoy son mis hermanos). Aquí tuvimos la suerte de tener un cuadro de
profesores que aparte de impartirnos sus asignaturas con esmero y dedicación,
abrieron nuestros ojos al mundo contagiándonos, tal vez de forma involuntaria,
de su pasión por la música, la literatura, el deporte, el
cine, la naturaleza y otras muchas
cuestiones y disciplinas que nos ha acompañado el resto de nuestras vidas.
Y por fin y para
terminar don José, permítame que le hable de la gratitud, o mejor dicho,
permítame transmitirle nuestra gratitud, el tercer pilar sobre el que, en mi modesta opinión, se
sustenta el alma de los hombres y probablemente el más importante. Y digo que
es el más importante porque creo firmemente que la grandeza del corazón de un
hombre puede medirse en función de la gratitud
que es capaz de sentir o de manifestar hacia a todas aquellas personas que por
él algo hicieron a lo largo de su vida. Por mis compañeros y por mí fue mucho
lo que usted hizo, créame. Por ello en nombre de todos nosotros, los alumnos
del Colegio San José de Campillos, los de ahora y los de antes, los que hoy han
venido y los que no han podido venir y también en nombre de aquellos queridos
amigos del colegio, que un día fueron nuestros hermanos en estos patios y que
como decimos los marinos, largaron amarras para emprender el gran viaje, debo
decirlo mi querido don José, gracias.
Gracias por habernos
dado una formación académica que nos ha
permitido abrirnos paso en la vida.
Gracias por habernos
mostrado el camino y enseñarnos a encauzar nuestras vidas.
Gracias por su ejemplo
de dignidad y rectitud y por haber estado siempre ahí en los difíciles,
inseguros y difusos tiempos de la adolescencia.
Muchas gracias querido director.
Muchas gracias querido
amigo y sobre todo, muchas gracias querido maestro.
Hasta siempre.
Nunca sentí afecto por Pepe Macías, pero tampoco odio. Ya que no está en este mundo, sé que se lamentó después de perder a su mujer, de no haberle dedicado más tiempo de su vida, ya que pasaba casi todo el día en el Colegio. Tampoco me siento agradecido ni orgulloso de haber estudiado allí, lo cual he ocultado siempre. Sin embargo, siempre he sentido afecto por el pueblo de Campillos, que me acogió con calidez en los años en que estuve viviendo allí, externo. 45 años después, lamento haber vuelto solo, un par de veces, y de manera muy fugaz. Vivir en Campillos desde 1969 a 1972, me marcó, pero fueron tiempos muy duros. Los que estudiaron después de 1975, vivieron una experiencia totalmente diferente.
ResponderEliminarDon José no tuvo una buena muerte. Sus últimos meses de vida los pasó en una residencia de Málaga a la que fue engañado por sus dos hijas: "no te preocupes papá que cuando tú quieras, si no te gusta, te sacamos de ahí"
ResponderEliminar"SACADME DE AQUÍ!!!"
"Pero, a donde vas a ir papá? a mi casa ni los sueñes"
"ADONDE YO QUIERO PARA ESO TENGO DINERO"
"Tú no tienes nada, somos las que disponemos de ese dinero, tu nos distes ese poder..."
Don José murió en marzo, ocho meses después de entrar en la residencia y hacia ya algunos meses que no sabía ni donde estaba...